Desde que era niño, siempre me apasionó la ciencia. Sobre todo, la relacionada con los dinosaurios y con el Universo. Crecí viendo cuanto documental sobre el Universo pasaban en el Discovery Channel; devorando libros sobre el sistema solar y las estrellas; y sobre todo con una de las mejores series sobre ciencias en la historia de la humanidad: Cosmos de Carl Sagan, la cual es posible adquirir ahora en DVD. En Guatemala, la única tienda que la tiene disponible es De Museo. También recuerdo una excelente serie animada que pasaban en el antiguo Canal 5 que se llamaba El hombre y su mundo. Incluso recuerdo que cuando tenía aproximadamente 10 años yo ya estaba convencido de qué quería ser cuando “sea grande”: quería ser astrónomo.
Dos de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia están relacionados de una forma u otra con la astronomía. El primero fue cuando mi abuelo nos llevó a todos una noche al observatorio de un amigo, que estaba ubicado en el Cerrito del Cármen. En esa ocasión pude observar directamente con mis propios ojos a los planetas, estrellas, galaxias y nebulosas que hasta ese entonces únicamente había observado a través de fotografías en libros y videos en la televisión. El otro, fue el observar -más bien experimentar, pues es todo un acontecimiento- el eclipse solar total del 11 de julio de 1991. Es sin lugar a dudas la cosa más impresionante que he visto en mi vida, hecha aún más impresionante gracias a que comprendía perfectamente lo que estaba sucediendo: la Luna pasaba en el punto exacto entre la órbita de la Tierra alrededor del Sol que permitía que este último fuera cubierto totalmente y que el fenómeno pudiera ser observado en un estrecho corredor del planeta. Esto era posible gracias a que a pesar de que el diámetro del Sol es 400 veces más grande que el de la Luna, esta última se encuentra 400 veces más cerca de la Tierra que el Sol. Quien conoce esto, puede apreciar la rareza de la naturaleza que es un eclipse total de Sol.
Por múltiples razones, nunca llegué a estudiar astronomía. Comencé, en cambio, a estudiar otro campo que me gustaba mucho – Ingeniería en Sistemas. Años más tarde, y ya avanzado en la carrera, me di cuenta de que no era eso lo que quería hacer el resto de mi vida. Tuve una etapa de mucha confusión y de intereses cambiantes, pero luego encontré un oasis de sanidad mental: comenzó a renacer mi pasión por la ciencia, por comprender los misterios de la vida, el Universo y todo lo demás. Fue así como a mis 27 años me decidí a regresar a la universidad a estudiar Filosofía, tratar de conseguir un doctorado en Neurociencia, y dedicar mi vida de lleno a contribuir al conocimiento de la humanidad. Estoy aún en la primera etapa y espero poder ver cumplido este deseo.
Así que con bastante ilusión y altas expectativas, el sábado por la tarde asistí a la actividad Universo Mágico organizada por la Asociación Guatemalteca de Astronomía en el Museo Miraflores. Consistía de una charla sobre astronomía básica acompañada de imágenes y videos que culminaría con la observación a través de telescopios, abierta al público. Me alegra bastante que se realicen actividades como esta en Guatemala pues en el país la educación científica, incluso en colegios privados, es bastante pobre. Lejos de interesar a la gente por las ciencias, las aleja. Presentan una caricatura de lo que realmente es el método científico y les hacen creer a los niños que ciencia equivale a memorizarse datos sobre los planetas, los elementos, las partes de la célula, y así sucesivamente. De esta manera, cualquier curiosidad que un niño pueda tener sobre cómo funcionan las cosas es literalmente asesinada de golpe. Así es que actividades como esta y agrupaciones como la AGA son algo positivo para el país. Yo ya había escuchado sobre ellos y en alguna ocasión les envié un correo para preguntar sobre sus actividades y afiliarme a ellos, pero nunca recibí respuesta.
Me gustaría poder decir que la actividad fue excelente, pero lamentablemente no es así. Si bien la información presentada en la charla estuvo correcta y muy bien explicada, el presentador consideró necesario hacer propaganda religiosa en repetidas ocasiones. Luego de reflexionar sobre la grandeza inconcebible del Cosmos, sobre la cantidad de estrellas y de galaxias que lo habitan y de haber explicado el Big Bang, haciendo énfasis correctamente en que no se trata de ninguna especulación, sino que es un hecho comprobado hasta dónde nuestra ciencia lo permite, el expositor detuvo el tren y dedicó algunas diapositivas a explicar por qué las creencias religiosas de los presentes se encuentran a salvo. En repetidas ocasiones mencionó las opiniones del astrónomo del Vaticano, el Dr. José Gabriel Funes, y citó una frase de él sobre vida extraterrestre que siempre me ha asombrado:
“Las millones del estrellas del universo ahora mismo no ofrecen un problema para la doctrina de la creación. La tradición católica tiene elementos para poder responder satisfactoriamente a este desafío.”
Siempre he querido escuchar cuáles son estos “elementos de la tradición católica” capaces de responder al problema que ha presentado no solo la astronomía, sino la ciencia en general acerca de la doctrina de la creación. Hacerse los locos y simplemente decir “no existe ningún problema” no es un argumento válido, mucho menos el sacarse cosas de la manga sin fundamento real que las sostenga.
En otra de sus intervenciones para echarle flores a la Iglesia Católica, mencionó que había tenido el gusto de sentarse a platicar y tomar una taza de café con el Dr. Funes y que éste le dijo algo que le cambió la forma de ver el Universo para siempre. Le dijo que realmente nosotros no somos parte del Universo, sino que somos el Universo tratando de comprenderse a sí mismo. Mientras que estoy totalmente de acuerdo con lo anterior, esta anécdota me hizo dudar mucho sobre la honestidad intelectual del presentador. Esta frase es una de mis reflexiones filosóficas/científicas favoritas y su autor no fue el Dr. Funes – fue Carl Sagan, a quien estoy seguro el presentador conoce muy bien, pues a lo largo de la presentación lo citó varias veces. Además, simplemente no existe nigún astrónomo o aficionado serio de la astronomía que no conozca a Carl Sagan, su labor como divulgador de la ciencia es legendaria y así de grande es su influencia. No es que me moleste que se plagie a Sagan – aunque debo de admitir que sí me irrita un poco – sino que el ánimo con el que Sagan escribió esa frase es totalmente opuesto al que el presentador quiso transmitirle al público. Es como Hitler plagiando y parafraseando a Nietzsche para apoyar el antisemitismo, con la diferencia de que Sagan sí escribe sus pensamientos claramente.
En otro ejemplo de la necesidad de hacer propaganda religiosa del presentador, cuando se comenzó a discutir el tema de la mecánica cuántica, comenzó a hablar acerca de un famoso psicólogo que se dedica a investigar milagros llamado Ricardo Castañón. Cuando lo introdujo, mencionó que era un “reconocido científico que se convirtió del ateísmo al catolicismo después de haber investigado y ser testigo de algunos milagros”. Para comenzar, el Dr. Castañón no es ningún científico. Se graduó de psicólogo y jamás en su vida ha publicado ninguna investigación científica en un journal científico. La razón para mencionar al Dr. Castañón fue para contar otra anécdota sobre una nueva tertulia cafetera, en esta ocasión con él, en la que le mencionó que la “mecánica cuántica había hecho más humilde a la ciencia”. Pregunto: ¿era relevante mencionar las cambiantes convicciones religiosas del doctor en una plática sobre astronomía?
No conozco las convicciones religiosas del presentador, ni me interesan. Pero mi percepción es que el tema que se estaba tratando tiene repercusiones enormes en la forma en la que nos vemos a nosotros mismos, cómo vemos al Universo, cómo entendemos la vida y cómo construimos una cosmovisión propia. En fin, es un tema que realmente nos hace detenernos un buen tiempo para reflexionar sobre quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos y si realmente las respuestas que dan los líderes religiosos a todas estas preguntas son congruentes con las observaciones. Al hacer apología religiosa, y sobre una religión específica (probablemente la propia) el presentador arruinó algo que pudo haber sido muy bonito. En la página de la AGA se puede leer lo siguiente (el énfasis es mío):
“La AGA son las siglas de la Asociación Guatemalteca de Astronomía, una asociación científica, no lucrativa, cuyo objetivo es la promoción y divulgación de la astronomía en el país. Fue fundada en Octubre de 2001, por un grupo de astrónomos aficionados, con el deseo de brindar una correcta información de lo que acontece en el Cosmos a toda aquella persona que esté interesada en los sucesos del universo, independientemente de su edad, religión, nivel económico y afiliación política.“
Qué lástima que los miembros de la AGA (por lo menos quien los representó el sábado) no se limiten a dar información factual y a evocar asombro en el público, sino que contaminen sus actividades con propaganda católica que nada tiene que ver con ciencia. Si hay algo que la ciencia nos ha demostrado a lo largo de su historia es que la realidad supera a la ficción, que el Universo es un lugar “mágico” en el sentido en el que es capaz de evocar asombro de una manera en la que nada más es capaz de hacerlo. En la plática se presentó un Universo mágico en el sentido literal, creado y diseñado por un ser sobrenatural para el cual no hay ninguna evidencia. No se si se hizo por convicción o por miedo a escandalizar o a alienar al público que indudablemente es de mayoría religiosa, pero de cualquier forma estuvo totalmente fuera de lugar y en contra de cualquier objetividad científica que la AGA dice tener. Por supuesto que están en su derecho de dar sus pláticas y presentarlas como una manifestación de su dios favorito, pero entonces deben de dejar de presentarse como una asociación científica y libre de preferencias religiosas.
Termino con esta reflexión de Carl Sagan, publicada en su libro Pale Blue Dot (Pequeño punto azul):
“En algunos aspectos la ciencia ha superado ampliamente a la religión en lo que a provocar asombro se refiere. ¿Cómo es posible que casi ninguna religión importante haya analizado la ciencia y concluido: «¡Esto es mejor de lo que habíamos pensado! El universo es mucho más grande de lo que decían nuestros profetas, más preeminente, más sutil, más elegante. Dios tiene que ser aún más grande de lo que habíamos soñado.»? En lugar de eso, exclaman: «¡No, no y no! Mi Dios es un Dios pequeño, y quiero que siga siéndolo.» Una religión, antigua o nueva, que subrayara la magnificencia del universo como la ha revelado la ciencia moderna, podría ser capaz de levantar reservas en la reverencia y el asombro apenas intuidas por los credos convencionales. Tarde o temprano deberá surgir una religión así.
“Dos o tres milenios atrás, nadie se avergonzaba por el hecho de pensar que el universo fue hecho para nosotros. Era una tesis atractiva, y compatible con todo lo que conocíamos; era lo que propugnaban los más eruditos sin salvedad. Pero hemos descubierto muchas cosas desde entonces. Defender hoy en día semejante postura equivale a pasar premeditadamente por alto la evidencia, y a una huida del autoconocimiento.
“Aun así, a muchos de nosotros esas desprovincializaciones nos causan encono. Si bien no llegan a triunfar, suponen un desgaste de las esperanzas, a diferencia de las felices certezas antropocéntricas de otros tiempos, que comulgan con la utilidad social. Queremos estar aquí con una finalidad, aunque, a pesar de tanta decepción, nada es evidente. «La vacía irracionalidad de la vida —escribió León Tolstoi— es el único conocimiento incuestionable al que tiene acceso el hombre.» Nuestra época sobrelleva la carga del peso acumulado en los sucesivos desprestigios de nuestras concepciones: somos recién llegados. Vivimos en una región olvidada del cosmos. Surgimos de microbios y detritus. Los simios son nuestros primos. Nuestros pensamientos y sentimientos no se hallan enteramente bajo nuestro control. Es posible que existan seres muy diferentes y mucho más listos en algún lugar. Y, por si fuera poco, estamos estropeando nuestro planeta y convirtiéndonos en un peligro para nosotros mismos.
“Bajo nuestros pies, la trampilla está abierta. Nos descubrimos precipitándonos en caída libre, pero sin fondo. Estamos perdidos en una inmensa oscuridad y no hay nadie que pueda mandarnos un equipo de rescate. Ante tan dura realidad, naturalmente, nos sentimos tentados a cerrar los ojos y fingir que nos encontramos seguros y confortables en casa, que la caída no es más que una pesadilla. No hemos alcanzado un consenso acerca de nuestro lugar en el universo. No hay acuerdo generalizado sobre una visión a largo plazo del objetivo de nuestra especie, de no ser, quizá, la simple supervivencia. Especialmente cuando corren malos tiempos, andamos desesperados buscando aliento y no nos sentimos receptivos para atender a la letanía de las grandes decepciones y las esperanzas frustradas. Sí estamos, en cambio, mucho más dispuestos a escuchar que somos especiales, sin importarnos que las evidencias que lo avalan tengan el grueso de una hoja de papel. Si solamente hace falta algo de mito y ritual para que podamos soportar una noche que parece interminable, ¿quién no va a compadecerse y comprendernos?
“Pero si nuestro objetivo apunta al conocimiento profundo, más que a una tranquilidad superficial, los beneficios de esta nueva perspectiva sobrepasan con mucho a las pérdidas. Tan pronto como superamos nuestro miedo a ser insignificantes nos descubrimos en el umbral de un universo vasto e imponente que empequeñece del todo —en tiempo, espacio y potencial— el ordenado proscenio antropocéntrico de nuestros antepasados. Miramos a través de miles de millones de años luz de espacio para vislumbrar el universo poco después del big bang, y sondeamos la magnífica estructura de la materia. Escudriñamos el núcleo de nuestro planeta, el llameante interior de nuestra estrella. Ponemos al descubierto capítulos ocultos en el registro de nuestros propios orígenes y, con cierta congoja, comprendemos mejor nuestra naturaleza y perspectivas. Inventamos y refinamos la agricultura, sin la cual moriríamos casi todos de inanición. Creamos medicinas y vacunas que salvan la vida a miles de millones de personas. Nos comunicamos a la velocidad de la luz y damos la vuelta a la Tierra en una hora y media. Hemos enviado docenas de naves a más de sesenta mundos y cuatro astronaves a las estrellas. Es justo que nos deleitemos con nuestros logros, que nos sintamos orgullosos de que nuestra especie haya sido capaz de llegar tan lejos, y también que atribuyamos parte del mérito a esa misma ciencia que tanto ha rebajado nuestras pretensiones.
“Para nuestros antepasados, la Naturaleza escondía muchos factores dignos de temer, relámpagos, tormentas, terremotos, volcanes, plagas, sequías, inviernos largos. Las religiones afloraron en parte como intentos de aplacar y controlar, si no de comprender, las turbulencias de la Naturaleza. La revolución científica nos permitió vislumbrar un universo ordenado subyacente, en el que existía una armonía literal de los mundos (la frase es de Johannes Kepler). Si comprendemos la Naturaleza, tenemos alguna expectativa de controlarla o, al menos, de mitigar el mal que puede ocasionar. En este sentido, la ciencia trajo esperanza.
[…]
“Hay en este universo muchas cosas que parecen diseñadas. Cada vez que tropezamos con ellas dejamos escapar un suspiro de alivio. Eternamente albergamos la esperanza de encontrar, o por lo menos de inferir sin lugar a dudas, un Designador. Pero en lugar de eso, descubrimos repetidamente que los procesos naturales —por ejemplo, la selección colisional de mundos o la selección natural en agrupaciones de genes o, incluso, el modelo de convección en una olla de agua hirviendo— pueden extraer orden a partir del caos, y nos engañamos deduciendo intención donde no la hay. En la vida cotidiana a menudo tenemos la sensación — al entrar en la habitación de un adolescente, o en la política nacional— de que el caos es natural y el orden nos viene impuesto desde arriba. Existen en el universo regularidades más importantes que las simples circunstancias que generalmente describimos como ordenadas, y ese orden, simple y complejo, parece derivarse de las leyes de la Naturaleza establecidas en el big bang (o antes), más que ser consecuencia de la tardía intervención de una imperfecta deidad. «Dios debe buscarse en los detalles», reza el famoso dicho del estudioso alemán Aby Warburg. Pero, en medio de tanta elegancia y precisión, los detalles de la vida y del universo exhiben también algo de azar, arreglos provisionales y mucha planificación deficiente. ¿Qué vamos inferir sobre eso: un edificio abandonado por el arquitecto en sus primeras fases de construcción?
“La evidencia, por lo menos hasta ahora y dejando aparte las leyes de la Naturaleza, no requiere un Diseñador. Quizá haya uno escondido en alguna parte, obstinadamente empeñado en no darse a conocer. Aunque a veces parece una esperanza muy débil.
“El significado de nuestras vidas y de nuestro frágil planeta viene, pues, únicamente determinado por nuestra propia sabiduría y coraje. Somos nosotros los guardianes del sentido de la vida. Ansiamos unos progenitores que cuiden de nosotros, que nos perdonen nuestros errores, que nos salven de nuestras infantiles equivocaciones. Pero el conocimiento es preferible a la ignorancia. Es mejor, con mucho, comprender la dura verdad que creer una fábula tranquilizadora.
“Si ardemos en deseos de hallar una finalidad cósmica, encontremos primero una meta digna para nosotros.”
jorgeloma
Y quien con intenciones cientificas, se queda escuchando barrabazadas, basta con decirles que para la creacion (evolucion) no hubo necesidad de ningun dios.
Carlos Meza
Que lamentable lo que mencionas lo de la AGA, pero que podemos esperar, si vivimos en un país tercermundista, es inevitable que se sigan creyendo fantasías infundadas, pero creo que nosotros estamos dando los primeros pasos para que eso cambie en el futuro.
Sigue así!
AGAC – Asociación Guatemalteca de Astrónomos Católicos » Guatemala Secular
[…] parece. En una entrada anterior, comenté sobre la falta de objetividad de algunos miembros de la AGA – Asociación […]