“Depresión cívica”. Este es un término que acuñó un compañero de clases en la Universidad para describir lo que ocurre adentro de su cabeza en estas épocas electoreras. Creo que encapsula exactamente lo que siento al ver la payasada en la que se ha convertido la política guatemalteca desde hace ya varios años, y que presentó su magnum opus la noche del 17 de octubre de 2011.
Llamarle “circo” es insultar a muchas personas que utilizan sus talentos y que se esfuerzan al máximo para brindar sano entretenimiento familiar; llamarle “mercado” es denigrante para quienes se ganan la vida honradamente, vendiendo sus humildes productos y cosechas en concurridas plazas y frecuentemente en condiciones muy precarias.
Desde que tengo el derecho de votar – e incluso desde que tengo memoria – no recuerdo una ocasión en la que se me hiciera tan evidente la futilidad de darle mi voto a cualquiera de las dos opciones disponibles. ¿Por qué? Porque valoro mi derecho a votar y no se lo doy a cualquiera. El verlo de esta manera, y no como la casi obligación que pintan las docenas de agrupaciones “cívicas” juveniles que aparecieron este año en escena (como si el voto fuera la única forma de expresar civismo y ciudadanía responsable), me exige más responsabilidad y más prudencia a la hora de presentarme a las urnas un día domingo y marcar una casilla en una papeleta. No me conformo ni me consuelo con el discurso de “escoger al menos peor” o de “votar en contra del peor”, para mí eso es estar nadando cómodamente en un océano de mediocridad y aceptar, sonriente, que me escupan la cara.
Y es que el panorama actual me recuerda a un episodio de la serie de TV South Park, en la que los estudiantes de South Park Elementary tienen que escoger a la nueva mascota de su escuela y las opciones son un gran enema (giant douche) y un sandwich de mojón (turd sandwich). Es una sátira genial de lo bajo que ha caído la democracia, y casi una réplica del panorama político en Guatemala. Le recomiendo que lo vea.
Los guatemaltecos son libres de hacer con su voto lo que crean más conveniente, y mi opinión es que lo más conveniente es no darle mi voto a alguien que no lo merezca. No tienen que estar de acuerdo conmigo, pero sí, por lo menos, ser más reflexivos y menos reaccionarios. Cuando veo las reacciones impulsivas de quienes piensan que soy un “mal ciudadano” por rehusarme a votar por el enema gigante o el pan con popó, creo que lo hacen porque en su mayoría, están conscientes de lo nefasto que sería para el país que ganara Manuel Baldizón. Estoy seguro que si cambiara mi opinión y me dispusiera a ir a votar por él el 6 de noviembre, su aversión hacia mi abstención se evaporaría inmediatamente.
Creo que votar no es, como muchos piensan, un “deber cívico” o una muestra de patriotismo, sino todo lo contrario. Creo que es contribuir a seguir legitimando un sistema que no funciona y que nos ha dado a grandes héroes de la patria como Serrano Elías, Alfonso Portillo y Álvaro Colom; y más recientemente a Mario Estrada, Sandra Torres y Manuel Baldizón. Es también, ir a contribuir voluntariamente al financiamiento y a la supervivencia de partidos mediocres y corruptos, pues el TSE le paga a los partidos – de mis impuestos y de los suyos – nada más y nada menos que $2 por cada voto válido que obtiene en la primera vuelta.
Haga cuentas: por los votos recibidos, PP y LIDER recibirán $3,219,470 y $2,073,234 respectivamente para continuar con sus “proyectos”. Y eso que LIDER no se salió con la suya, y no se aprobó (todavía) la iniciativa que apoyaban que buscaba subir la deuda política de $2 a $6 por voto. No se si a usted, pero a mí se me ocurren 189,347,351,987,326 cosas mejores en qué invertir más de 42 millones de quetzales. Sí, comprendo que el objeto de la deuda política es prevenir que los partidos políticos se vean en la necesidad (sí, pobrecitos) de tener que aceptar dinero de narcos, de empresarios corruptos o de criminales para poder financiar sus “paupérrimas” campañas. Pero se convierte en una estupidez en el momento en que el método de obtener el dinero propicia que la cantidad de dinero recibido ya es directamente proporcional a la cantidad de dinero que ya tienen, pues es evidente que en Guatemala quienes más votos obtienen son los que más bulla hacen, y quienes más bulla hacen son quienes más dinero tienen.
Esto tiene que cambiar, y tiene que cambiar ya.
Hace más de dos mil trescientos años, Platón escribía en La República sobre la absurda forma “democrática” de hacer gobierno de sus contemporáneos atenienses. Hace una analogía con los médicos y con los capitanes navales. Observa que cuando estamos enfermos, acudimos con un médico y que cuando se trata de decidir quién conduce una nave, se selecciona a alguien entrenado para hacerlo. El punto que quiere hacer Platón, es que no escogemos a cualquier persona al azar, cuando se trata de estas tareas. Para Platón, la política era lo más importante, y entonces se pregunta, ¿por qué cuando se trata de gobernar sí escogemos a cualquiera? Ya sembrada la semilla, dedica una buena parte de su manuscrito a describir, con lujo de detalles, la educación que considera apropiada para el máximo gobernante, o como él le llamaba, rey filósofo.
Esta parte está muy lejos de ser perfecta e incluso suena bastante similar a las ideas de un tal Adolf Hitler (sí, con eugenesia y todo). Sin embargo, creo que sí tiene mucho que se puede rescatar y adaptar a nuestra época. Platón pretendía, por ejemplo, que quienes fueran los futuros gobernantes tuvieran una formación integral que combinaba la educación física, moral, científica y filosófica para que pudieran gobernar con sabiduría. Creía que la genialidad podía salir de cualquier lugar, así que no discriminaba a nadie. Tanto los hijos de los esclavos, de los campesinos, de los soldados y de los gobernantes tenían el mismo acceso a educación, pero si en el camino no mostraban la aptitud suficiente para el intenso entrenamiento platónico, serían reubicados en diferentes lugares de la sociedad. Aquí es cuando se comienzan a ver swastikas y Platón comienza a “levantar la mano”, pero no hay necesidad de llegar a estos extremos. Creo que es suficiente con reformar el sistema educativo y que la prioridad sea el brindar educación de calidad para todos los guatemaltecos, de proporcionar las herramientas intelectuales para que quienes quieran seguir este camino lo puedan hacer con la menor cantidad de tropiezos posibles. Sería necesario también modificar las leyes electorales y la Constitución, para que los criterios de formación académica para poder optar a cargos públicos sean más estrictos y menos tolerantes con la mediocridad. Una especie de “¿Quiere ser presidente, ministro, alcalde o diputado? Entonces edúquese y demuestre que tiene la ética y la capacidad necesaria.”
¿Resuelve esto todos los problemas? Claro que no. Que una persona tenga una formación académica de primer nivel no garantiza que sea una persona competente o que se comporte de forma ética y responsable. Manuel Baldizón, por ejemplo, alardea de sus diplomas y resulta más que evidente que es un demagogo, narcicista, pseudointelectual de lo más nefasto. Creo que Dina Fernández lo describió de una forma genial cuando dijo que su apariencia era una mezcla “entre Jean-Paul Sartre y Revenge of the Nerds” y que era dueño de una “megalomanía pornográfica”. Sin embargo, ¿no lograríamos con esto filtrar a una buena parte de la basura política que nos infesta? ¿No le parece también que si el nivel educativo de todos se eleva, la propensidad a caer redondo con ofrecimientos como el Bono 15 o la “mano dura” es menor? ¿Acaso no es mejor que seguir votando cada cuatro años por el “menos peor”, el menos incompetente, el menos ladrón o en contra del peor, el más incompetente o el más ladrón?
¿Qué gano con no votar? No mucho, aparte de un poco de satisfacción personal de no contribuir a la manutención de esta pantomima de democracia que tenemos en Guatemala. Sé que este es un argumento bastante subjetivo, y no pretendo disfrazarlo de objetividad o prescribírselo. Tampoco tengo delirios de grandeza, y sé que puede haber varios problemas y varias objeciones válidas a lo que acabo de escribir. Pero creo que este es precisamente el diálogo que hay que tener, no el mediocre y conformista que hemos tenido hasta ahora. Tienen que fluir las ideas, no los prejuicios ni los dogmas.
Si es que queremos vivir en un mejor país, por supuesto. Yo, por mi parte, estoy harto de vivir en un episodio de South Park.
Heber
Lamentablemente tendremos que escoger entre un sandwich de mojón y un gran lavado anal
zcgt21
En mi caso es apatía cívica, ya no me interesa como va a terminar esto de la elección de presidente es tanta mi indiferencia que ya no creo en la democracia, es triste pero desde que tengo uso de razón han pasado ya 7 presidentes y ninguno ha solucionado nada solo promesas vacuas de esperanza que terminan como siempre en un bote de basura.
Guillermo
En este modelo de democracia se pretende que haya certidumbre casi total. Se puede notar en el conteo de votos: no se nos dice la incerteza de esos votos, la probabilidad de su falsedad o ingenuidad. En vez de proponer debates sobre las soluciones a los problemas nacionales, cada candidato pretende saber con certeza que su solución es LA SOLUCIÓN. No hay escepticismo ni lugar para las dudas. En las boletas no existe espacio para admitir que no se está satisfecho con el proceso electoral, ni para admitir ignorancia, ni algo como “ninguno de los anteriores”.
http://ambroxio.blogspot.com/2011/10/el-unico-voto-valido-es-el-nulo.html