Si usted nació después de 1970—si no me fallan mis cálculos—y escuchaba rock alternativo, seguramente hay dos eventos que recordará con bastante detalle; uno bastante más importante y trascendente que el otro. Ambos han inspirado muchísimas teorías de conspiración que proponen intrincados y malévolos planes para llevarlos a cabo y mantener engañada a la población. Estupideces sin sentido que únicamente logran desviar la atención de lo que realmente sucedió y no permiten aprender adecuadamente de la experiencia.
El primero ocurrió el 8 de abril de 1994: Kurt Cobain fue encontrado en su casa de Seattle con un escopetazo en la cabeza. Llevaba tres días de estar muerto. Todavía recuerdo la sensación de incredulidad que me invadió cuando junto a uno de mis mejores amigos en aquella época vimos a Kurt Loder de MTV News dar la noticia. Jamás volveríamos a escuchar un disco nuevo de Nirvana. El segundo ocurrió el 11 de septiembre de 2001: los ataques terroristas al World Trade Center en New York y el Pentágono en Washington D.C. En esta ocasión, pude ver en la televisión—junto a casi el mundo entero—cómo se iban desarrollando los eventos de ese fatídico día. Había ido a la universidad únicamente a hacer un examen de matemáticas a las 7 de la mañana. Cuando regresé a mi casa, encendí la televisión y me topé con la noticia de que un avión se había estrellado contra una de las Torres Gemelas. En ese momento CNN y todas las demás cadenas de noticias hablaban de la situación como un desafortunado accidente. Extraño, sí, pero un accidente al fin y al cabo. No tenía ni 15 minutos de haber encendido la televisión, cuando pude ver en vivo al segundo avión impactarse contra la segunda torre. Ahora el texto de la parte baja de la pantalla decía: “America under attack”.
Es materia para debate—seguramente inútil—pero muchos dicen que la música nunca volvió a ser la misma luego de la muerte de Cobain; lo que sí es indiscutible es que el mundo nunca volvió a ser el mismo luego del 11 de septiembre de 2001. En gran medida porque los terroristas lograron su cometido: sembrar el miedo en los corazones de millones de ciudadanos estadounidenses. El nivel de paranoia que se vive en un aeropuerto en Estados Unidos es impresionante, al grado que una botella de Coca-Cola es vista como un arma mortal en potencia y se prohibe subirla a bordo de un avión. Pero ese no es el tema que quiero tocar en este texto.
Otra razón por la que el mundo nunca volvió a ser el mismo es porque ver a 19 arquitectos, maestros de primaria o ingenieros mecánicos estrellarse contra un edificio a 800 kilómetros por hora en el nombre de Alá despertó a muchas personas no-creyentes de un largo sueño. En palabras de Richard Dawkins: “Muchos de nosotros veíamos a la religión como tonterías inocentes. Las creencias [religiosas] pueden no tener ninguna evidencia que las soporte pero, creíamos, si las personas necesitan esa muleta para obtener un consuelo, ¿en dónde está el daño? El 11 de septiembre lo cambió todo.” Sam Harris, en ese entonces un desconocido estudiante graduado de la carrera de filosofía por la Universidad de Stanford y aspirante a un doctorado en neurociencia por UCLA, publicó un libro en 2004 llamado The End of Faith: Religion, Terror and the Future of Reason (El fin de la fe) que sirvió como el catalizador de todo un nuevo movimiento irreligioso: “The New Atheism” (como se le suele llamar casi despectivamente).
Contrario a lo que muchas personas pueden pensar, el ateísmo no es un fenómeno nuevo, característico de nuestras sociedades postmodernas; las personas que no creemos en deidades han existido desde que existen creencias religiosas o divinas. La particularidad del “Nuevo Ateísmo” está en que propone poner a la religión bajo el microscopio para analizarla y criticarla de la misma manera en la que se analiza y critica cualquier otro fenómeno natural, sin concederle ningún lugar privilegiado que la inmunice, como ha estado en gran medida hasta hace pocos años. Eso es precisamente lo que intento hacer en este rincón del internet.
Hay factores geopolíticos a tomar en cuenta, claro, pero a mi criterio los sucesos del 11 de septiembre de 2001 fueron una prueba horrorizante de lo que los seres humanos son capaces de hacerse cuando están totalmente convencidos de lo que creen; sobre todo, cuando dichas creencias tienen que ver con lo sobrenatural. Así que a 11 años del horror vivido esa mañana, quiero decir algo: Es común escuchar de boca de muchas personas que la fe mueve montañas. Personalmente, yo nunca lo he visto; pero sí he visto lo que puede hacerle a los rascacielos.
Téngalo en mente.