Sobre dolencia terminal y basura intelectual…

Al principio de su ensayo An Outline of Intellectual Rubbish (Un esbozo sobre basura intelectual), el gran filósofo Bertrand Russell dice: “El ser humano es un animal racional – por lo menos eso es lo que me han dicho. A lo largo de una larga vida, he buscado diligentemente evidencias a favor de esta aseveración, pero hasta ahora no he tenido la buena fortuna de encontrarlas, a pesar de que he buscado en muchos países a lo largo de tres continentes. Al contrario, he visto al mundo sumergirse cada vez más profundamente en la locura. He visto cómo grandes naciones, en el pasado líderes de la civilización, son descarriadas por predicadores de rimbombantes estupideces”. En Guatemala, cada vez que alguien se atreve a dar una opinión que no sea favorable acerca de la fe religiosa, como lo hizo hace unos días Mario Roberto Morales en una columna para elPeriódico, es posible observar que Russell tenía harta razón. Solemos jactarnos de nuestra racionalidad y de cómo nos separa del resto de la naturaleza, pero cuando nos toca usarla – cuando realmente deberíamos de mostrarla – la abandonamos por completo. Las respuestas a estas descripciones de la fe son variadas, pero todas evidencian lo mismo: nuestro país está lleno de personas que son incapaces de abandonar el aparente consuelo que les da la fe religiosa y tratar de razonar aunque sea por dos minutos. Nunca faltan, por ejemplo, quienes no logran comprender lo que leen y corren a buscar en su Biblia algún versículo para copiar y pegar. Creen que con esto ya le han puesto el dedo en la boca a quien está poniendo al descubierto las carencias de sus creencias y se van satisfechos:

Estos comentarios evidencian algo que caracteriza al guatemalteco: gustosamente somete su intelecto a la autoridad de otras personas y rechaza la posibilidad de salirse del libreto para comenzar a pensar independientemente. El segundo, es un ejemplo de una persona que le tiene pavor a la incertidumbre pero que al mismo tiempo cree que el tratar de saber más es un vicio y no una virtud. Tales son las contradicciones que se pueden alojar en la mente y pasar desapercibidas. Este tipo de comentarios no sólo me dejan perplejo por lo que dicen acerca del cerebro que los maquinó, sino que también me hielan la sangre porque cada vez hay más personas que estarían encantadas si mañana todos despertáramos en la edad de bronce. Lo cierto es que todos venimos al mundo sin tener una sola pista de cómo llegamos ni de si hay algún propósito para nuestra existencia. En este sentido, todo ser humano que ha caminado por este planeta es exactamente igual. Cuando comenzamos a diferenciarnos unos de otros, es en el camino que tomamos para intentar encontrar respuestas a todas estas preguntas. Algunos tomamos el camino difícil – el del librepensamiento, el de la constante indagación, el de la constante renovación. Otros, en cambio, se acomodan y prefieren tomar el camino fácil – el de la sumisión, el de la tranquilidad, el de la fe religiosa. Digo que hay un camino fácil y otro difícil porque uno de ellos requiere de esfuerzo, de dedicación, de aprender cosas que no nos vienen naturalmente como ciencias y filosofía, de honestidad intelectual, de rigor lógico, de poner a trabajar las neuronas y, sobre todo, de aprender a estar cómodo con la incertidumbre. El otro, sin embargo, solo requiere del eterno comodín que representa la fe. Como demuestra este comentario,

para la fe, si la lógica falla no importa – se inventa otra, contraria a la razón, y se presenta como virtuosa. Qué conveniente, ¿no?

El estar cómodo con la incertidumbre no es ningún “limbo filosófico” del que tengamos que salir creyendo en lo primero que se nos atraviese. Al contrario, es estar firmemente asentado en la realidad de la condición humana: No lo podemos saber todo. Cuando uno estudia filosofía y se educa en las ciencias, esto se hace más notorio que Lady Gaga en un entierro. Es por eso que me causa mucha gracia cuando una persona asegura estar en posesión de La Verdad™ o cuando dice que la sed de conocimiento se debe a “aflicción de espíritu”. A las personas religiosas les gusta mucho decir que quienes no creemos en dioses somos “arrogantes” y creen que una de sus más grandes virtudes es la humildad, pues reconocen que hay una “fuerza superior” a ellos, un “creador” de toda la existencia y nosotros no. Pero yo pregunto: ¿Acaso hay una muestra más sutil y a la vez tan tosca de arrogancia que decir que se posee la verdad absoluta? Una persona que piensa que alguien que busca reducir la extensión de su ignorancia lo hace porque tiene “aflicción de espíritu” ¿es una persona humilde? ¿Hay alguien más arrogante que quien que dice que sabe cómo se creó el Universo, que conoce al creador por nombre (¡ !), que el creador se interesa por sus problemas, y que será recompensada por él después de la muerte por haber sido tan buena? Si esta no es la más grande exhibición de arrogancia humana, no sé cual pueda ser. Negar la existencia de un creador con una fuerza superior a nosotros no es falta de humildad, es simplemente seguir el camino que nos ha trazado la evidencia.

Hasta aquí, se puede decir que esta forma de pensar es producto de la ignorancia, del miedo y de la falta de curiosidad. Sin embargo, hay personas que llegan a las mismas conclusiones, y que no dan muestra de ser ignorantes, o por lo menos, que dan muestras de haber tenido acceso a una educación superior a la del promedio de los guatemaltecos. Un ejemplo claro es el comentario que pongo a continuación:

Lo primero que se me viene a la mente cuando leo o escucho cosas como estas es una frase del biólogo inglés Peter Medawar: “La propagación de la educación secundaria y recientemente de la universitaria, ha creado una extensa población de personas, a menudo con gustos literarios e intelectuales bien desarrollados, que han sido educados mucho más allá de sus capacidades para emprender un pensamiento analítico”. La diferencia entre personas que emiten comentarios como el anterior, y quienes corren a su Biblia en busca de “argumentos”, realmente no es tan grande. Han abierto su mente un poco más y han leído otros libros aparte de la Biblia, pero siguen sin comprender lo que leen y siguen sometiendo su intelecto a la autoridad de otras personas.

Este lector, por ejemplo, debe de tener una vaga idea de lo que es el postmodernismo, pues dice que “el postmodernismo ha perdido la fe en cualquier cosa. Ya no cree en nada, ni en las ideologías, ni en la libertad, ni en el socialismo”. Es cierto que el postmodernismo, a pesar de lo que creen muchos de sus adeptos, no ha podido evitar caer en lo que comúnmente se malentiende por nihilismo (no creer “en nada”). Pero no se debe a una “pérdida de fe”, como piensa el Sr. Pérez Figueroa, sino a que muchos postmodernistas han llevado su filosofía a extremos absurdos. Se podría decir, incluso, que se debe a un exceso de fe en su “anti-ideología”, que prefiere destruirse a sí misma antes que aceptar que no es posible escapar de la modernidad. Los postmodernistas tienen mucha razón en varias de las cosas que dicen, como en su fuerte crítica al dogmatismo y a la falta de cuestionamiento hacia lo que se nos enseña como “verdad”. Sin embargo, esto no es nada nuevo. Desde que existe el dogma, existen librepensadores. La historia de la civilización ha estado llena de ilustres nombres que se han deleitado en señalar la estupidez del dogmatismo. Sócrates, Epicuro, Lucrecio, Khayyám, Hobbes, Spinoza, Voltaire, Hume, Nietzsche y Russell son algunos que se me vienen a la mente. Tampoco es muy original su postura escéptica con respecto a la verdad. Pero al poner su existencia en tela de juicio, no han podido escaparse de la trampa de caer justamente en lo mismo que critican, y uno de los resultados es que muchos se convierten en sofistas y charlatanes. Una vez más, por tenerle demasiada fe a un sistema que a mi juicio tira a la basura las manzanas frescas junto con las podridas.

Otro error muy común es el de creer que el científico tiene “fe” en que lo que descubre es verdad. El científico no necesita tener fe en nada para hacer su trabajo – para eso existe el método científico, para poder diferenciar a la realidad de la ficción y para poder separar los deseos personales de las descripciones correctas de la naturaleza. Puede ser que tenga confianza en que su hipótesis sea la correcta, pero esto no es comparable con la fe. La fe es la creencia en algo, a pesar de que no exista evidencia alguna que lo apoye; incluso, aunque existan evidencias que lo refuten. El que tiene fe no necesita someter sus creencias a pruebas, mientras que el científico dedica su vida a poner a prueba tanto sus propias hipótesis como las de otros. Cuando un experimento demuestra que su hipótesis está equivocada, el científico se ve obligado a abandonarla y a buscar una nueva, mientras que cuando la ciencia descubre que las creencias obtenidas por fe, como las religiosas, están equivocadas, el “hombre de fe” arremete contra la ciencia, racionaliza sus dogmas y, absurdamente, fortalece su fe. Irónicamente, nuestra sociedad considera que la mentalidad del “hombre de fe” es virtuosa y que la del científico es ingenua. A mí me lo han dicho de una forma sutil: “Espero que algún día abrás los ojos y veás la realidad de Dios”. Esta transfiguración de valores es bastante ridícula, y el hecho de que personas inteligentes la consideren virtuosa es bastante desafortunado. Un dato muy curioso es que los “argumentos” que se utilizan para hacer de la fe religiosa una virtud, son exactamente los mismos que utilizan los estafadores para atrapar a una nueva víctima. El estafador le vende a su víctima la idea de que debería de sentirse avergonzada por ser tan desconfiada, haciéndose el ofendido a la más mínima señal de escepticismo. La Biblia está llena de pasajes que intentan hacer lo mismo con quienes dudan sobre la veracidad del cristianismo. Juan 20:29, por ejemplo, dice que son “bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Salmos 14:1 llama “necios” a quienes no creen en el dios de la Biblia: “Dice el necio en su corazón: «No hay Dios.» Están corrompidos, sus obras son detestables; ¡no hay uno solo que haga lo bueno!”. ¿Es una coincidencia que los autores de las escrituras religiosas usen las mismas técnicas que los estafadores? No lo creo, y cualquier persona que se vea a sí misma como “racional” debería de poder darse cuenta.

No es cierto, como muchos creen, que Einstein haya concluido tras su trabajo que existe un “ser superior”. Por su gran intelecto y su enorme contribución al conocimiento humano, Einstein se ha convertido, quizás, en la persona más tergiversada de la historia. Los religiosos, sobre todo, sacan sus palabras de contexto para tratar de incorporarlo en su bando. Incluso mientras vivía, luchó constantemente contra personas deshonestas. En una carta del 24 de marzo de 1954 escribió:

Por supuesto que era una mentira lo que ha leído acerca de mis convicciones religiosas; una mentira que es repetida sistemáticamente. No creo en un Dios personal y no lo he negado nunca, sino que lo he expresado claramente. Si hay algo en mí que pueda ser llamado religioso es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede revelarla. […] No creo en la inmortalidad del individuo, y considero que la ética es de interés exclusivamente humano, sin ninguna autoridad sobrehumana sobre él.

En otra carta de ese mismo año, escribió:

Yo nunca le he imputado a la Naturaleza ningún propósito o meta, o cualquier cosa que pueda ser entendida como antropomórfica. Lo que veo en la Naturaleza es una magnífica estructura que puede ser comprendida sólo de una forma muy imperfecta, y que debe de llenar a una persona pensante con un sentimiento de humildad. Este es un sentimiento religioso genuino que no tiene absolutamente nada que ver con misticismo.

Y por si todavía quedara alguna duda, el 2 de julio de 1945, Einstein le escribió una carta a Guy H. Raner Jr. para responder al rumor de que un sacerdote jesuita lo había convertido al cristianismo:

He recibido su carta del 10 de junio. Nunca he hablado con un sacerdote jesuita en mi vida y estoy asombrado por la audacia de tales mentiras sobre mí. Desde el punto de vista de un sacerdote jesuita, soy, por supuesto, y he sido siempre un ateo.

Hay mucho más en el comentario del Sr. Pérez Figueroa que evidencia lo que decía Peter Medawar. Para no extenderme demasiado, sin embargo, únicamente voy a escribir sobre un último punto. El Sr. Pérez Figueroa dice: “Supongo que ha leido a Rene Descartes, quien afirma que el universo solo puede ser producto de un GRAN ARQUITECTO, y que también llego a la conclusión de nada parecia ser verdad, y lo único que encontro de verdadero: que pensaba y puesto que pensaba exclamo: Pienso, luego existo (cogito ergo sum) (sic)”. Esta breve explicación delata una gran ignorancia acerca del pensamiento cartesiano. La manera en la que comienza la oración se me hace bastante irónica, pues para mí es bastante evidente que no ha leído a Descartes (o que no lo entendió). En su obra Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias, Descartes describe su propio ejercicio de honestidad intelectual para llegar a la verdad. Comienza desechando todas sus creencias, sus convicciones y todo lo que aprendió anteriormente. Esto lo hace porque con la nueva Revolución Científica, se hace evidente que muchas cosas que se creían incuestionables, ya no lo eran:

Desde mis años infantiles he amado el estudio. Desde que me persuadieron de que estudiando se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de lo que es útil a la vida, el estudio fue mi ocupación favorita. Pero tan pronto como terminé de aprender lo necesario para ser considerado como persona docta, cambié enteramente de opinión porque eran tantos y tan grandes mis errores y las dudas que a cada momento me asaltaban, que me parecía que instruyéndome no había conseguido más que descubrir mi profunda ignorancia.

Al darse cuenta de esto, Descartes tiene un tipo de crisis intelectual de la cual se dispone a salir. En cuanto tiene la edad suficiente, empaca sus cosas y se dedica a viajar por el continente europeo. Cuando se da cuenta de la diversidad de costumbres que existen, que varían de lugar en lugar y de persona en persona, Descartes cae en la cuenta de que no puede confiar en ningún conocimiento obtenido únicamente a través de tradición y de herencia. En lugar de sucumbir a la tentación del relativismo, Descartes decide que el camino a seguir es el de desmantelar todo su sistema de creencias e irlo construyendo poco a poco. ¿Cómo lo hace? Descartes propone suspender la creencia en cualquier cosa que pueda ser cuestionada. Cualquier duda, por muy mínima que sea, es al fin y al cabo, una duda y abre el camino para el cuestionamiento. Descartes piensa que cualquier cosa que obtenemos a través de nuestros sentidos, por ejemplo, puede dudarse. A veces nuestros sentidos nos mienten y esto abre la puerta a la posibilidad de que nos mientan en cualquier momento o incluso todo el tiempo. Descartes se da cuenta que (casi) nada es capaz de superar esta rigurosa prueba. Lo único que Descartes cree que no puede dudar es el hecho de que está pensando. Dudar de que se está pensando es precisamente estar pensando, así que el concepto se refuta a sí mismo. Y si estoy pensando, dice Descartes, entonces seguramente existo. Es aquí en donde emite su famosa frase “Cogito ergo sum” – “Pienso luego existo”. No surge como una conclusión final de su intento por reconstruir su cosmovisión, sino que es casi el punto de partida, lo único que sobrevive su primer prueba rigurosa. A partir de esto es que comienza a construir varios de los elementos que caracterizan a su filosofía personal. Ya habiendo establecido que la existencia de su mente está asegurada, puede dudar de todo, incluso de la existencia de su propio cuerpo. Si puede dudar de la existencia de su cuerpo, pero no de la de su mente, entonces su mente y su cuerpo deben de ser dos cosas separadas. Así es como se desarrolla el famoso dualismo cartesiano. Luego, Descartes se da cuenta de que tiene una idea en su mente de un “ser perfecto” – de Dios. ¿Pero cómo adquirió tal habilidad? O se es perfecto o se adquirió de un ser que sí es perfecto. Y como él no es perfecto, observa Descartes, esa idea sólo pudo haber venido de un ser que sí es perfecto. Por lo tanto, Dios existe. Prácticamente todas las conclusiones de Descartes han sido dudadas, debatidas e incluso refutadas durante siglos. Personalmente, creo que el razonamiento que hace para llegar al dualismo y a la existencia de Dios está lleno de agujeros. No es mi intención en este párrafo explicar mis razones para estar en desacuerdo con Descartes, sino hacer ver cómo la falta de conocimiento, de comprensión y de pensamiento crítico, pueden llevar a una persona a sucumbir ante la aparente autoridad intelectual de alguien más. No basta con leer a Descartes, a Hume, a Platón o a Kant – hay que ponerse en sus zapatos (o sus sandalias, en el caso de Platón) y recorrer el mismo camino de su razonamiento, para poder aprender más sobre la realidad.

Quiero aclarar que con todo esto no pretendo decir que los que tomamos el camino difícil somos superiores, pues esto sería sumamente arrogante, y lo que es peor, sería engañarme a mí mismo. Muchas veces construimos una imagen idealizada de quiénes somos porque se nos olvida que hay una gran cantidad de cosas que nos determinan que nunca dependieron de nosotros. No escogimos nuestro genoma, ni el lugar, ni la época en la que nacimos, ni la situación económica de nuestra familia. Hay personas que han pasado por muchas dificultades, tanto de violencia física y psicológica, como de problemas económicos. Comprendo cómo estas dificultades pueden llevar a una persona a encontrar un consuelo en la fe religiosa, pero yo creo que un consuelo falso no es ningún consuelo. Por lo que he podido observar y aprender sobre la historia de la humanidad, me parece que la religión surgió como un intento de explicar todo lo que nos inquietaba. En la literatura religiosa de los principios de la civilización podemos encontrar grandes similitudes y podemos observar cómo las inquietudes de sus autores son siempre las mismas: ¿Por qué existe el mal? ¿Por qué tenemos que trabajar? ¿Por qué llueve? Los griegos inventaron el Olimpo y lo llenaron de agentes que personificaban los diferentes fenómenos naturales para dar respuestas a estas preguntas. Llueve porque Zeus así lo quiere, el mal existe porque Prometeo desobedeció a Zeus y decidió castigar a todos los “hombres venideros”, y una de las consecuencias es que ahora es necesario trabajar para poder comer. Los equivalentes bíblicos son más que conocidos. Incluso, en ambas explicaciones mitológicas, quien desata la miseria humana es una mujer: Eva para los judíos, Pandora para los antiguos griegos. Pero esto no era todo lo que hacía la religión. Aparte de proveer explicaciones, la religión creó un mundo afuera de este, en dónde todo el sufrimiento, todo el dolor, todos los miedos e incluso la muerte, desaparecen. En épocas de constantes guerras y tiranías; cuando la medicina no existía y las personas morían de un simple catarro, la religión sirvió como una luz al final del túnel. Sin embargo, ahora sabemos más.

Todo este mundo de ensueño ha sido desbaratado por la razón y por la ciencia, y muchos lo han visto como un insulto o como un ataque directo. Pero ¿por qué? ¿Qué no es mejor saber cómo son las cosas en realidad que seguir viviendo en un mundo de fantasía? Platón hizo una muy famosa analogía de esta situación en el libro séptimo de La República. Se le conoce con el nombre del mito de la caverna. Platón habla acerca de un grupo de hombres que viven encadenados adentro de una cueva. Detrás de ellos hay una fogata, que hace que todo lo que pase enfrente se proyecte como una sombra en la pared de enfrente. Los hombres que están encadenados creen que estas sombras que ven son la realidad, pues han estado toda su vida encadenados adentro de la cueva. Uno de estos hombres logra salir y ve las cosas cómo realmente son. Las cosas no son sombras, son ricas en formas, colores y texturas. El mundo no es oscuro y lúgubre, está lleno de colores y de vida. Vivir por fe, es seguir viviendo como los hombres encadenados adentro de la caverna. Desechar la fe, es romper las cadenas que nos mantienen atrapados allí adentro, y adquirir la libertad de buscar la salida.

Oscar G. Pineda

Oscar es un mamífero bípedo, de la especie Homo sapiens. Disfruta observando extrañas y repetitivas manchas en pedazos de papel, y oyendo a personas de acento raro hablar de peces con patas saliendo del mar; usando palabras raras como ‘qualia’ o números con muchos, muchos ceros. Tuvo la loca idea de dedicar su vida a hacer lo que le gusta, así que ahora está estudiando filosofía en la universidad y ciencia en su tiempo libre. Así se siente a gusto, cuestionando todo; hasta lo que “no se debe cuestionar”. Ah, y odia escribir sobre él mismo en tercera persona.

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