Conversando con alguien en Facebook, me acaban de decir algo que me han dicho muchas veces, aunque de forma menos poética:
La frialdad de la negación científica es cruda, carente de alma.
No negamos la existencia de Dios, pues subyace en ella una utilidad moral que no puede ser emulada por ninguna otra corriente de pensamiento.
Como alguien que ha mantenido una relación amorosa con la ciencia desde muy pequeño, que creció viendo a Carl Sagan explicar los misterios del Cosmos, esta es una opinión que me cuesta comprender. Sin embargo, creo que su raíz está en el no haber llevado a la ciencia a sus últimas consecuencias.
Richard Dawkins lo expone con característica elegancia y en pocas, pero poéticas palabras:
Absorban las palabras de Dawkins y dígamne nuevamente que la ciencia es “fría” que “carece de alma” o que es deficiente a la hora de proveer utilidad moral. Logra todo esto, no a través del miedo, sino de la sensación de humildad de ser una forma del Cosmos para comprenderse a sí mismo.
A la hora de proveer humildad, sentido y amor a la vida, la ciencia no tiene nada que envidiarle a cualquier superstición religiosa.