El elefante encadenado

Si usted ha ido alguna vez a un circo o ha pasado cerca del área en donde tienen enjaulados a los animales, probablemente se habrá percatado de algo muy curioso. Frente a usted está un elefante – un enorme animal de más de 15.ooo libras capaz de voltear un autobus o derribar un árbol aplicando tan solo un poco de su descomunal fuerza. A dicho elefante no lo tienen adentro de una jaula con barrotes de acero reforzado ni inmovilizado con una serie de gruesísimas cadenas. No. Lo único que separa al enorme y fuerte animal de su libertad es una pequeña cuerda que es atada alrededor de una de sus patas y luego asegurada en una pequeña estaca de madera incrustada en el suelo de tierra. El elefante podría liberarse con tan solo un pequeño estirón de su pata, pero no lo hace.

¿Por qué?

Este elefante, al igual que cientos  – o quizás miles – de elefantes que se encuentran en los circos, ha sido condicionado. Cuando era apenas un elefante bebé, sus captores lo amarraron con fuertes y gruesas cadenas de acero reforzado y lo anclaron a resistentes argollas incrustadas en un suelo de concreto. Durante varios meses, el pequeño elefante trató de liberarse con muchos esfuerzos. Esfuerzos que, obviamente, fueron inútiles. De esta manera, los entrenadores lograron hacer que el elefante aprendiera que no puede romper sus cadenas. Las cadenas se convierten, así, en una extensión “natural” de su cuerpo. Una extensión que le impone grandes límites y barreras y restringe sus libertades aun después de crecer y convertirse en un adulto grande y fuerte. Como el elefante ya aprendió a vivir con sus cadenas y cree que son imposibles de romper, ya ni siquiera hace el intento por tratar de liberarse. Basta con una pequeña correa, que probablemente no aguantaría ni a un perro, para mantener al elefante en total ignorancia de su verdadero potencial.

Es una historia muy triste y es una tragedia que como seres humanos seamos capaces de torturar de tal manera a un animal para hacer dinero entreteniendo masas. Muchos de nosotros no nos damos cuenta de que una tortura mental similar ocurre a diario en millones de hogares alrededor del mundo, y las víctimas son nuestros niños. Es una práctica que además de ser socialmente aceptada – al igual que la tortura de animales de circo – además es promovida, aplaudida y es considerada como virtuosa por la mayoría de adultos. La consecuencia es la creación de sociedades llenas de personas que sufren de la misma y terrible condición que el elefante.

Comienza de forma muy inocente. Muchos de nosotros fuimos criados con la historia de que hay un señor con una larga barba blanca que vive en un lugar muy lejano y que está observando atentamente lo que sucede en el planeta. Tiene una lista con los nombres de todos los niños del mundo y va anotando todo lo que hacen. “¡Qué bueno es Jorgito!”, dice. “¡Hoy terminó todos sus deberes antes de salir a jugar con sus amiguitos, hoy se ganó una estrellita a la par de su nombre!” Sigue observando y ve a Pepito. “¡Qué  mal se portó Pepito hoy”, piensa. “¡Le pegó a su hermanito y cuando su mamá lo regañó, le contestó mal! Hoy Pepito se ganó una gran equis a la par de su nombre”. Según dice la historia, una noche, este señor recorre todas las casas del mundo llevando regalos a los niños que se portaron bien. Los que no se portaron bien, como Pepito, no reciben nada.

Desde un punto de vista “parental-pragmático”, esta historia es genial. Nos dio una motivación extra para no hacer estupideces. No solo nos iban a castigar nuestros papás, sino que Santa Claus no nos iba a traer regalos y esto era algo que no queríamos. Cuando fuimos más grandes, sin embargo, comenzamos a sospechar que el alegre viejo panzón no existía y que los regalos realmente nos los compraban nuestros papás. Carl Sagan decía que cuando somos niños todos somos científicos en potencia. Tenemos un gran hambre de conocimiento y nuestra curiosidad frecuentemente desespera a los adultos a nuestro alrededor. El problema es que los adultos, torpemente, matan pequeños Galileos, Newtons o Einsteins haciéndoles creer que es malo hacer tantas preguntas. Así que haciendo honor al científico que aun llevábamos adentro, los comenzamos a bombardear con preguntas incómodas:

“¿Cómo le hace Santa para ver a todos los niños?”, “¿Por qué Santa siempre viene cuando yo estoy dormido y no lo puedo ver?”, “¿Cómo le hace Santa para ir a todas las casas del mundo en una sola noche?”, “¿Cómo le caben todos los regalos en ese costalito que carga?”

Luego de un par de gotas de sudor frío y de tartamudear un par de respuestas incoherentes (si es que nos daban alguna), finalmente, nos dijeron la verdad y dejamos atrás la fantasía. Por supuesto que esta historia no es la tortura mental infantil a la que me refiero. Sin embargo, es una muy similar, y mucho más absurda. Muchas personas dejaron atrás al Santa Claus de su niñez, para reemplazarlo por el Santa Claus para adultos que solemnemente llamamos “Dios” y cuya historia está en un libro antiguo que llamamos “Biblia”.

Piénselo.

Ambas historias son básicamente iguales, aunque debo de decir que el Santa Claus de nuestra niñez nunca amenazó a los niños mal portados con torturarlos con una eternidad de “llanto y desesperación” adentro de un “horno encendido” (Mateo 13:42-50) – sólo los dejó sin Playstation. Ambas son completamente absurdas, pero desde niños nos convencieron de que el cristianismo es la única Verdad Absoluta™, de la misma forma en la que convencieron al elefante de que la cuerda es una fuerte cadena con la que tiene que vivir siempre.

Estoy consciente de que muchas personas encuentran cosas buenas en sus creencias religiosas y las inspira a ser mejores. También estoy consciente de que muchos encuentran en la religión una luz al final del túnel en momentos difíciles, sobre todo quienes tienen vidas llenas de dolor, sufrimiento, pobreza y abuso. Suele decirse que no hay ateos en las trincheras. Pero como señala el autor James Morrow, ese no es un argumento en contra del ateísmo, es un argumento en contra de las trincheras. Lo que esto significa es que por lo que tenemos que luchar es por un mundo más equitativo, más pacífico, más digno y más empático, no por convertir a todo el mundo a una religión. Mientras que muchas religiones predican paz y amor, sus dogmas, lejos de facilitar el camino, lo complican.

Al igual que con el elefante, hay una fuerte cadena sobre la humanidad. Esa cadena es la religión. La más popular en Guatemala es el cristianismo. Es únicamente una cadena religiosa de entre muchas otras como el Islam, El judaísmo, el mormonismo y cuanta religión ha existido. Si en lugar de nacer en Guatemala, usted hubiera nacido en Nepal, usted no sería cristiano, sino budista. De haber nacido en Egipto, probablemente sería musulmán. En fin, el mayor determinante de las creencias religiosas de cada persona es producto de la ubicación geográfica en la que dio su primer respiro y de las creencias de sus padres (un hecho que ya de por sí da mucho en qué pensar). Nos pone límites, nos distancia a unos de otros, nos impide ser todo lo que podemos ser. Nos vende una imagen distorsionada de la vida, el Universo, el amor, la amistad, la ética, el arte, la naturaleza, las relaciones y de todo lo que existe. Nos ha hecho creer que necesitamos de ella para poder vivir bien, para ser buenas personas y para encontrarle un sentido a nuestra existencia. Nadie tiene todas las respuestas a todas las grandes preguntas de la existencia humana, pero la religión hace creer a muchos que sí las tienen. Y en esto radica su mayor peligro. No es de sorprenderse, realmente, que los países menos religiosos sean los países más prósperos, más pacíficos y con más salud social.

Rompámos la cadena. Avancemos. No tengamos miedo de ser libres.

Arriésgate a pensar por tí mismo. Mucha más felicidad, verdad, belleza y sabiduría te llegarán de esa manera. – Christopher Hitchens.

Oscar G. Pineda

Oscar es un mamífero bípedo, de la especie Homo sapiens. Disfruta observando extrañas y repetitivas manchas en pedazos de papel, y oyendo a personas de acento raro hablar de peces con patas saliendo del mar; usando palabras raras como ‘qualia’ o números con muchos, muchos ceros. Tuvo la loca idea de dedicar su vida a hacer lo que le gusta, así que ahora está estudiando filosofía en la universidad y ciencia en su tiempo libre. Así se siente a gusto, cuestionando todo; hasta lo que “no se debe cuestionar”. Ah, y odia escribir sobre él mismo en tercera persona.

1 Comment

  • Oscar:

    Felicitaciones, excelente articulo. Me declaro tu fan 🙂
    Insisto en que esto lo tenemos que capitalizar de una forma en que le logre llegar a muchos.

    Miguel Angel Pineda J.

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