Una acusación muy frecuente hacia las personas que no tenemos religión o que no creemos en dioses, es que al no tener ninguna de estas cosas, no podemos tener una “brújula moral” o siquiera alguna motivación para no robar, matar, violar, extorsionar, ultrajar, secuestrar, sobornar o comportarnos como viles sociópatas.
Es un argumento muy usado por apologistas religiosos para atacar a personas no-creyentes, y para argumentar a favor de la existencia del dios en el que creen. Una y otra vez he leído o escuchado a algún periodista, líder religioso, ocupante o aspirante a algún puesto público decir que los problemas sociales que tenemos se deben a que “nos alejamos de dios”. Este dios es el judeocristiano, por supuesto.
Sin ir muy lejos, un lector acusó a Walda hace unas semanas de mantener una postura “ignorante y peligrosa” y de incitar a las personas a “robar, matar, meterse con el hombre ajeno, dar falsos testimonios y mentir.” Todo por el simple hecho de no tener una creencia religiosa.
Puedo equivocarme, pero creo que debido al crecimiento progresivo del secularismo y el rechazo a la religión que se ha dado en las últimas décadas en Europa, unido al escándalo sexual de muchos de sus ministros, Joseph Ratzinger ha dedicado un porcentaje significativo de sus discursos públicos a difundir precisamente esta idea.
En Estados Unidos, las convicciones religiosas de los candidatos son importantísimas para los votantes; tanto así, que en una encuesta realizada en 2011 el 67% aseguró que jamás votaría por un candidato ateo. Otro estudio demostró que el único grupo que supera a los ateos en dar desconfianza es el de los violadores. Aparentemente, al presentarse la opción de dejar a sus hijos con un ateo o con un violador, 2 de cada 3 estadounidenses escogería al violador.
Lamentablemente, hemos importado esta mentalidad de ese país. Basta con repasar los discursos electoreros de personas como Patricia de Arzúo Manuel Baldizón, o de la campaña Un gobierno como Dios manda de la Sociedad Bíblica Guatemalteca para darnos cuenta.
No es de extrañar, entonces, que muchos guatemaltecos estén completamente persuadidos por la idea de que sin dioses no se puede ser una buena persona, y que los que roban, matan, violan, extorsionan, ultrajan, secuestran, sobornan y desatan el caos social lo hacen porque no leen la Biblia y no creen en el dios cristiano. Si tan sólo me dieran un quetzal por cada vez que me dicen “Si no creés en Dios, ¿cómo distinguís el bien del mal?”…
A muchas personas, incluso a religiosos, les es obvio lo absurdo de esa pregunta. Sin embargo, quizás por las razones antes mencionadas, muchos creen, no sólo que la pregunta es coherente, sino que la conclusión de que el ateísmo es sinónimo de miopía moral es totalmente cierta. Esta conexión entre dioses y moralidad ha sido casi universalmente aceptada y para muchos resulta casi silogística. Por esto es que creo que es importante hablar del tema.
Hace más de 2.400 años, Sócrates ya sospechaba que tal creencia era cualquier cosa excepto obvia (o eso es lo que nos dice Platón). Sus pensamientos sobre el rol preciso de los dioses en la moralidad fueron capturadas por Platón en un diálogo llamado Eutifrón.
Según nos cuenta Platón, Sócrates enfrenta el cargo de “corromper a la juventud de Atenas” ante la corte. La ofensa de Sócrates no fue más que cuestionar las convenciones de la época, ridiculizando a muchos personajes importantes en el proceso. Mientras Sócrates camina hacia los tribunales, encuentra a un sacerdote llamado Eutifrón, con el mismo rumbo.
Luego de varias preguntas, Sócrates se entera que el propósito de Eutifrón es enjuiciar a su padre. Uno de los esclavos de la familia había degollado a otro; su padre lo ató de pies y manos y lo lanzó a una fosa mientras decidía cómo lidiar con él. Se le olvida, y el esclavo muere de hambre y frío. Sócrates está asombrado por las firmes convicciones morales de Eutifrón que le permiten enjuiciar a su propio padre sin despeinarse. Así comienza su clásico interrogatorio.
Sócrates pregunta: “¿Qué es lo bueno?” Eutifrón, muy seguro, responde: “Lo bueno es lo que Dios dice que es bueno.” Sócrates, habilidoso, pone al descubierto el problema de dicha respuesta sugiriendo la siguiente pregunta: “¿Es algo bueno porque Dios dice que es bueno, o Dios dice que algo es bueno porque ya es bueno en sí mismo?
Nada tonto, Eutifrón reconoce inmediatamente que la primera opción es insostenible. Si lo que hace que algo sea bueno consiste simplemente en que Dios diga que es bueno, entonces cualquier cosa que Dios diga que es buena, independientemente de cuan horrible pueda parecer, es inmediatamente buena por decreto divino. De hecho, las escrituras de las religiones, aceptadas por sus fieles como “la palabra de Dios”, están plagadas de este tipo de aberraciones morales automáticamente convertidas en buenas por algún dios. La “Sagrada Biblia” no es la excepción.
En Levítico 25:44-46, por ejemplo, se nos dice que la esclavitud de un ser humano es algo aceptable. Proverbios 13:24, 20:30, y 23:13-14, considerado por muchos fieles como uno de los libros más sabios de la Biblia, aconsejan cómo educar a los hijos: a golpes. Y no metafóricamente, nos exhorta literalmente a azotarlos con una vara, pues YHWH considera que esa es la mejor forma de hacer aprender a un ser humano.
Este no es el único consejo familiar en la Biblia; Éxodo 21:15, Levítico 20:9, Marcos 7:9-13, y Mateo 15:4-6, nos aconsejan que si alguno de nuestros hijos no acata nuestras órdenes, hay que matarlo. EnDeuteronomio 21:18-21 se nos dice explícitamente cómo debe de ser llevado a cabo: “Si alguien tiene un hijo contumaz y rebelde, que no obedece a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y que ni aun castigándolo los obedece, su padre y su madre lo tomarán y lo llevarán ante los ancianos de su ciudad, a la puerta del lugar donde viva, y dirán a los ancianos de la ciudad: ‘Este hijo nuestro es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho’. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá. Así extirparás el mal de en medio de ti, y cuando todo Israel lo sepa, temerá.”
Según otros pasajes, debemos de matar a pedradas a las personas que cometen adulterio, que trabajan en el Sabbath, que tienen relaciones sexuales antes de casarse, que adoran imágenes, que practican “brujería”, o que se sienten atraídas hacia personas de su mismo sexo, entre otros crímenes imaginarios. El tener una religión diferente a la de YHWH es un pecado mortal según Deuteronomio 13:6-15; autoriza a los fieles a “irremisiblemente [herir] a filo de espada” a los transgresores.
Estoy seguro de que nadie realmente cree que los anteriores pasajes son aceptables, pero he sido testigo de cómo las personas anteponen sus creencias al bienestar de sus semejantes y defienden a capa y espada los pasajes bíblicos en mención. El consenso general suele ser que “si lo dice la Biblia tiene que ser bueno” y si no es obvio es porque hay que interpretarlo metafóricamente o en el contexto de la época.
La respuesta, casi inequívocamente, es: “Ah, pero eso fue en el Antiguo Testamento, en la época de la Ley, ahora estamos en la época de la Gracia, Jesús quitó esas leyes.” O, incluso, otras más escalofriantes como “Y como ya no se practican esas leyes es que estamos como estamos.” Lo primero contradice la objetividad moral en la que creen y evidencia un desconocimiento sobre las palabras atribuidas a Jesús con respecto a la Ley del Antiguo Testamento o sobre lo que venía a traer al mundo. Tampoco han leído lo que dice Lucas 14:26 sobre la familia: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.”
Steven Weinberg, ganador del Premio Nóbel en Física, dijo: “La religión es un insulto para la dignidad humana. Con o sin ella, habría gente buena haciendo cosas buenas, y gente malvada haciendo cosas malas, pero para que la gente buena haga cosas malas hace falta religión.” Esto no quiere decir que las personas religiosas sean malas, pero sí que muchas veces sus convicciones religiosas les hacen causar mucho daño o justificar atrocidades bajo la firme convicción de que están actuando correctamente.
Los escándalos sexuales de líderes religiosos como Ted Haggard o de un gran número de miembros del clero católico; la atroz forma de tratar a las mujeres de los musulmanes fundamentalistas; las guerras entre personas y naciones enteras debidas a diferencias religiosas, entre otros eventos desafortunados, evidencian que ni “Dios”, ni Jesús, ni líder, ni iglesia alguna son necesariamente buenos árbitros de lo que es bueno y lo que es malo, y que el ser creyente religioso no es ninguna garantía de sabiduría moral.
Regresando a Sócrates, ¿qué hay, entonces, de la segunda opción: “Dios dice que algo es bueno, porque de hecho es bueno”? Sócrates señala las incómodas implicaciones de esta opción: la fuente de la bondad no puede ser, de ninguna manera, “Dios”. Éste, si existe, no es un “ingeniero” moral, sino un “erudito” en asuntos de moralidad. Aunque uno no muy bueno, por lo que se puede observar. La preocupación de muchos está en que esta opción todavía no nos ayuda a tomar decisiones de carácter moral. Tampoco nos dice por qué algo es “bueno” o “malo”.
Esta preocupación, si bien es válida, creo que omite muchas cosas que sí conocemos sobre el bien y el mal. Es obvio que quienes rechazan los pasajes bíblicos que incitan al odio y a la violencia, pero que siguen los que nos inspiran amor hacia nuestros semejantes (Juan 13:34) lo hacen siguiendo su propio juicio moral. Saben distinguir, aunque sea someramente, la estupidez de la sabiduría. No necesitan de ningún libro o deidad que les haya enseñado a no robar, matar, violar, extorsionar, ultrajar, secuestrar o sobornar porque la moralidad no viene de un libro o de la mente de un dios. Así que ¿para qué nos sirve involucrar estas cosas?
Yo diría que únicamente para agregar confusión innecesaria que resulta en sufrimiento innecesario. Es conocido desde hace varios años que los países que consistentemente califican entre los más sanos, más prósperos, más felices y con más desarrollo humano son los países nórdicos. Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia y Dinamarca tienen muchas características en común, pero la más interesante de todas es que son sociedades en las que “los mandatos bíblicos” no tienen absolutamente ninguna relevancia para las políticas de gobierno y en las que la religión es mayoritariamente cultural para sus habitantes. Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia y Dinamarca son unos de los mejores lugares para vivir en el mundo. Son los más pacíficos, los más igualitarios, y los que mejor permiten desarrollarse como seres humanos a sus habitantes, y a la vez,son países enormemente ateos y/o agnósticos. Si bien, esto no es prueba de que el ateísmo conduce a la prosperidad humana y social, me parece que es una prueba empírica contundente de que es falso que “sin dios no hay moral”.
Creo que está en nuestro mejor interés darnos cuenta que la fundación de la moralidad, aunque imperfecta, está en la naturaleza social del ser humano y nuestra herencia evolutiva; no en la naturaleza de los dioses que imaginamos o de los libros que les atribuimos.
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