Monogamia. ¿Natural?

Monogamy

En la mayoría de culturas modernas, nos inculcan desde la niñez el paradigma cultural de que la familia ideal está constituida por un padre, una madre y los hijos (en ese orden jerárquico), pero nunca nos hablan de las y los amantes, ni de los hijos que algunos padres tienen con otras parejas, de los divorcios, o de las familias “alternativas” que simplemente no siguen el modelo familiar tradicional.

Sin embargo, estas situaciones son tan comunes, que bien valdría la pena reconsiderar si el modelo de familia patriarcal y monogámico se nos da naturalmente, o si se trata de una construcción social tan profundamente enraizada en nuestra cultura, que ni siquiera nos atrevemos a cuestionar si va de acuerdo a nuestra naturaleza biológica.

A lo largo de mi vida, he notado que la gran mayoría (me atrevería a estimar que 9 de cada 10) de hombres que llevan varios años de estar casados o de estar viviendo en unión de hecho, le han sido infieles a sus mujeres, al menos una vez en la vida. Tanto es así, que no llevo la cuenta de cuántas veces he escuchado a estos hombres comentar que es “normal” tener amantes, o cuántas veces he escuchado a señoras mayores decir que “todos los hombres lo hacen”, que “es normal que en algún momento el marido se acueste con otras”, que “es algo con lo que todas tenemos que aprender a vivir, aunque no nos guste”, que por eso “tenemos que ser muy damas en la calle, pero bien putas en la cama, para que esas cabronas no nos roben a nuestros hombres”. No sé cuántas veces he escuchado comentarios que dan la impresión generalizada de que los hombres no tienen control alguno sobre sus instintos sexuales, y que por eso “hay que estarlos cuidando”, casi como si fueran niños, o chuchos en el peor de los casos.

He crecido con la impresión de que la promiscuidad e infidelidad de los hombres no solo es socialmente aceptada, sino hasta alentada, especialmente en culturas profundamente machistas, como la nuestra. Pero no solo los hombres son infieles: también hay muchas mujeres que lo son. Sin embargo, también he notado que la infidelidad de las mujeres es menos frecuente —y menos recurrente— que la de los hombres. Es como si ese “instinto” de infidelidad o promiscuidad no fuese tan “fuerte” en el sexo femenino… Aunque por supuesto, hay excepciones.

Este tipo de observaciones han llevado médicos sexólogos y etólogos del comportamiento sexual a cuestionarse si la monogamia no es en realidad, algo “antinatural” en nuestra especie. Aunque los estudiosos en el tema no parecen haber llegado a un consenso con respecto a este asunto, sí se han logrado dilucidar algunas teorías bastante lógicas y plausibles con respecto a los orígenes de la monogamia en las sociedades humanas, tanto desde las ciencias sociales, como desde las ciencias naturales.

Para entender el comportamiento sexual (en particular, de los vertebrados) desde una perspectiva biológica, es necesario tomar en cuenta que la inversión parental es muy desigual entre machos y hembras, desde la producción de las células reproductivas (óvulos y espermatozoides), hasta el cuidado de las crías.

En términos energéticos, producir óvulos es mucho más “caro” que producir espermatozoides, que son ridículamente “baratos” en comparación. Las hembras humanas, ya portamos la totalidad de nuestros óvulos al momento de nuestro nacimiento, y en la madurez sexual, liberamos solamente un óvulo cada mes (y raras veces más de uno). Los hombres, por el contrario, son una fábrica de producción continua de espermatozoides (una eyaculación puede llegar a tener varios cientos de millones de espermatozoides). Los óvulos son las células más grandes del cuerpo humano. De hecho son tan grandes que pueden verse a simple vista, y son más o menos del tamaño del punto en que termina esta oración. Los espermatozoides, por el contrario, se encuentran entre las células más pequeñas del cuerpo humano, y es muy difícil verlos, incluso utilizando un microscopio.

La razón de tal disparidad, es que nuestros óvulos —además de aportar la mitad del material genético necesario para producir descendencia— guardan todos los nutrientes y organelas necesarias para el crecimiento y división celular del cigoto (óvulo fecundado), hasta que llega el momento de la implantación, cuando el embrión ya comienza a recibir nutrientes directamente de la madre. Los espermatozoides, en cambio, no hacen más que aportar su núcleo, que es muy importante, claro está, pero los óvulos aportan mucho más que “solo” eso. Desde el inicio, millones de espermatozoides deben competir para llegar a fecundar a un único óvulo. Son los espermatozoides los que deben competir por fecundar a un óvulo, y no al revés. Es como si en compensación por sus grandes aportes al desarrollo de un nuevo ser, el óvulo se haya “ganado el derecho” de dejarse fecundar únicamente por el mejor, por el más rápido, el más fuerte.

En adición a lo anterior, el costo energético durante el periodo de gestación es inmenso para las madres, y literalmente nulo para los padres. La madre, invierte una cantidad considerable de energía durante este periodo, cediendo nutrientes que en otras condiciones aprovecharía para sí misma, literalmente descalcificando sus propios huesos, y en general, haciéndose físicamente más vulnerable. Y como si todo eso fuera poco, una vez que la cría ha nacido, es también la madre quien invierte una mayor cantidad de tiempo y energía en el cuidado parental, desde la lactancia, hasta que las crías llegan a una edad suficiente para valerse por sí mismas.

Algunos sociobiólogos piensan que el origen de la monogamia en los humanos, está precisamente en lo “caras” que salen las crías para las madres. De esta cuenta que en algún momento en la historia evolutiva de nuestra especie, las hembras humanas comenzaron a preferir a aquellos machos que decidían quedarse, y que a su vez contribuían de una forma u otra en el cuidado parental, aumentando así las posibilidades de supervivencia de las crías.

Algunas observaciones realizadas en chimpancés (con quienes compartimos cerca del 98% de nuestro ADN), han dado la pauta para suponer que la monogamia es un sistema que no solo favorece a las hembras y las crías, sino también a los machos que en otras condiciones no tendrían posibilidad alguna de ser escogidos por las hembras para aparearse durante el celo. Las hembras de chimpancé, suelen escoger a los machos dominantes, apareándose con ellos a la vista del resto del grupo (los humanos somos los únicos primates que nos escondemos durante el acto sexual). Estos machos dominantes, también suelen ser los más fuertes, agresivos y promiscuos. Sin embargo, se ha documentado que cuando los machos dominantes están distraídos, los machos subordinados se aprovechan de la situación, invirtiendo tiempo y energía en persuadir a las hembras, para alejarse del resto del grupo, a un sitio privado en el que ellas suelen acceder al apareamiento. Los machos de chimpancé no ayudan en el cuidado de las crías, independientemente de que sean subordinados o dominantes. Sin embargo, estas observaciones podrían darnos una idea de cómo pudieron haberse originado las conductas que dieron paso a la selección de la monogamia en los humanos.

Muchos antropólogos coinciden en que nuestros ancestros probablemente conformaron sociedades polígamas, en una época en que la que dependían de la caza y la recolecta de alimentos para su supervivencia. Esta forma de obtener los alimentos, forzaba a los antiguos grupos de humanos a llevar un estilo de vida nómada, y a compartir todos los recursos disponibles de manera equitativa, porque simplemente no les quedaba otra opción: era compartirlo todo o morir. Sin embargo, se piensa que todo eso cambió con el establecimiento de la agricultura, cuando los grupos de humanos comenzaron a asentarse en un solo lugar, y se vieron en la necesidad de delimitar sus parcelas de cultivo (que a su vez representaban el producto de su trabajo). Con este nuevo estilo de vida, los hombres comenzaron a preferir a aquellas mujeres que eran más fieles, y que por ende les brindaban alguna seguridad de que únicamente parirían a sus crías. Esta situación también resultó ser ventajosa para las mujeres, que se aseguraban de una fuente constante de alimentos y otros recursos, a cambio de su fidelidad. Si esta teoría es cierta, también es muy probable que el origen del patriarcado se haya dado en estas sociedades primitivas.

Aunque existen varias teorías tentativas para la explicación del origen de la monogamia patriarcal en los humanos, aún no existe un consenso unificado que le de sentido a su contexto histórico. Sea como sea, lo cierto es que la mayoría de sociedades modernas hemos heredado un sistema generalizado de monogamia patriarcal, con una sola excepción:

Al suroeste de China, en las inmediaciones del lago Lugu, se encuentra asentada la única sociedad matriarcal moderna, conformada por la tribu Mosuo. Los Mosuo han conformado una sociedad matriarcal desde hace varios siglos, y tienen costumbres que podrían parecer un tanto excéntricas para el resto de nosotros. En esta sociedad, las familias están conformadas por una matriarca (que suele ser una mujer mayor y trabajadora), sus hijas e hijos, y los hijos de las hijas. Las mujeres, al llegar a los 13 años, adquieren el derecho de tener su propio cuarto, donde discretamente pueden invitar a un amante a pasar la noche, siempre y cuando éste se vaya antes del amanecer (vamos, ni siquiera se quedan a desayunar). Una mujer puede tener varios amantes durante el transcurso de su vida, pero tampoco escogerá a cualquiera para que sea el padre de sus hijos. Cuando una mujer tiene hijos, éstos se crían con su madre, su abuela, sus tías, los hijos de sus tías, y sus tíos varones, que cumplen la función de figura(s) paternal(es) para estos niños. El padre biológico no cumple función alguna en la crianza y cuidado de sus hijos, y de hecho, el que pretenda hacerlo es visto como una falta de respeto mayor hacia sus cuñados. Los hombres entonces, se encargan de trabajar y de cuidar a los hijos de las hermanas, y cuando llegan a viejos, son sus hermanas, hermanos y resto de sobrinos y sobrinas quienes se encargan de cuidarlos. En esta sociedad, las mujeres no se casan, y tampoco desean hacerlo. ¿Para qué? Si tienen todo lo que necesitan y desean dentro del seno familiar.

Sociedades como la de los Mosuo, rompen con todos los paradigmas alrededor de la supuesta naturalidad de la monogamia y el patriarcado, y nos demuestran que después de todo, tal vez sí se tratan de meras construcciones sociales susceptibles de ser modificadas. Todas las sociedades tienen sus propias reglas y códigos morales en torno a la sexualidad, y actualmente, casi todas obedecen a un sistema patriarcal y machista que premia la promiscuidad e infidelidad masculina, pero estigmatiza severamente la promiscuidad e infidelidad femenina, a pesar de que ambas situaciones son bastante frecuentes.

Por eso, como le dije una vez a una amiga, medio en broma y medio en serio: “¿Y si cambiamos el paradigma cultural del patriarcado monogámico, por un igualdado libregámico?”

Walda Salazar

Soy una ex-andinista, enamorada de la naturaleza más allá de lo que puedo expresar con palabras. De todos los fenómenos naturales, la Vida ha sido siempre de mi particular interés, y por eso estudié Biología en la universidad. Creo que la única manera objetiva de entender la realidad es a través de la experiencia y el uso de la razón. Estoy en desacuerdo con los dogmas, el adoctrinamiento y la fe ciega; y para mí es un gusto poder compartir con ustedes, estimados lectores, mi forma particular de pensar acerca de la naturaleza de las cosas.

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