Analizando un poco el año que acaba de terminarse, logro identificar —entre tantas— dos fuentes de mucha de la estupidez que nos rodea.
La primera es el marcado maniqueísmo que se percibe en el ambiente y que domina una gran cantidad de nuestros discursos públicos; la segunda es la creciente “alergia” al punto de vista diferente, a la opinión contraria y a la crítica abierta que impera en la mente de muchos guatemaltecos.
Muchos guatemaltecos están convencidos de que ver el mundo en blancos y negros, sin ningún espacio a tonos intermedios y a colores diferentes, es algo de lo que una persona debe de enorgullecerse. Es cierto, el apelar a este amplio espectro de colores como una metáfora para las diferentes posibilidades que se nos presentan en la vida, es comúnmente usado por muchos para darle igual validez a todo, o como una frasecita trillada para evitar cualquier intento de pensamiento crítico.
En algunos asuntos, no hay puntos intermedios; uno no busca una síntesis intermedia entre verdad y mentira. La Tierra no gira alrededor del Sol el lunes, para que luego sea el Sol el que gire alrededor de la Tierra el martes. Pero esto no se traduce a todo lo que sucede en el Universo y creer lo contrario generalmente acarrea graves problemas que pueden resultar en consecuencias nefastas.
No hace falta ir muy lejos o acudir a la historia para obtener un ejemplo; únicamente observemos atentamente la forma en la que suelen desenvolverse en Guatemala las discusiones sobre temas como el aborto, los derechos de los homosexuales, la despenalización de las drogas, el problema de las tierras, la minería y la política en general, o una simple conversación sobre religión. El sentimiento predominante pareciera ser: “O estás conmigo o estás en mi contra”.
Cuando pienso en esto, no puedo evitar hacer la conexión que existe con la actual popularidad de la que goza la escritora Ayn Rand, especialmente entre adolescentes y adultos jóvenes. Esta forma de pensar es exteriorizada por Rand a través de John Galt, la figura más heroica en su obra Atlas Shrugged: “Hay dos lados en cada asunto: un lado es correcto y el otro equivocado, pero el medio siempre es malvado” (Rand, 1992, p. 1054). Esta línea de pensamiento se repite a lo largo de la obra.
No estoy insinuando que Rand sea la responsable de esta mentalidad dicotómica —esta ha existido desde que evolucionamos cerebros capaces de generar pensamientos— pero Rand, a través de sus héroes, da la justificación filosófica y moral para que muchos puedan lucir orgullosamente su miope forma de ver el mundo.
Y cuando digo orgullosamente, no estoy exagerando; para muestra un botón. Hace ya algunas semanas comenzó a circular por las redes sociales una kilométrica —y hay que decirlo, bastante embarazosa—diatriba irónicamente titulada Los Neo-Guerrilleros: Los has visto, los has leído, los has enfrentado y a duras penas hacen sentido. Para cualquier persona con un asomo de sentido común, este “texto” no es nada más que una caricatura muy mal escrita de un grupo de personas. Es verdad que más de algo tiene de cierto, de la misma manera que un reloj descompuesto da la hora correcta dos veces al día.
El texto está plagado de falacias lógicas, errores factuales e intentos fallidos de humor (las cuales dejo al criterio de cada lector identificar) pero quiero llamar la atención a una parte que me parece particularmente torpe, la que habla sobre los “blancos” y los “negros”.
La estupidez de tomar una decisión consciente de adoptar una mezcla de “bueno” y “malo” es obvia y bastante fácil de atacar y es un maravilloso ejemplo de la falacia lógica del hombre de paja en acción: “Voy a distorsionar tu posición de tal manera que parezca algo increíblemente estúpido y que todos estén de acuerdo conmigo en que, evidentemente, eres un estúpido”.
Pero peor aun, es que de verdad se tenga la creencia de que cuando uno utiliza la analogía de los colores y los grises, es precisamente a esta simplista y espuria mezcla de “buenos” y “malos” a la que uno se refiere. No es tampoco apelar a un relativismo total de la moral y de la “verdad”. Es simplemente un señalamiento de que la realidad es mucho más compleja de lo que se puede observar superficialmente y que es de gente honesta y pensante el escarbar más para comprender mejor lo que se está observando.
Sería para tirarse al suelo a revolcarse de la risa durante horas de no ser porque su autora —fan empedernida de Rand— tiene más de 20,000 personas en su página que la siguen religiosamente y que parecen creer que todo lo que emana de su mente es una obra de arte intelectual.
El maniqueísmo es ya de por sí algo bastante desafortunado, pero es aun peor porque está estrechamente relacionado con la reacción alérgica a la crítica que mencionaba al principio. Una de las muestras más evidentes, es la forma en la que muchos guatemaltecos reaccionan a las críticas de varios escritores, columnistas y otras personas pensantes hacia campañas mediáticas superficiales como Guatemorfosis, GuateÁmala, Despertemos 2012 y otras similares.
Quienes tenemos la osadía de decir algo que no sea un elogio hacia estas campañas y sus personajes, inmediatamente escuchamos algo como esto: “Vos sí que estás mal, por gente como vos es que Guate está así como está. Si vos no hacés ni proponés nada, mejor callate y dejalos en paz, que por lo menos hacen ‘algo’. ¡Parecés cangrejo!”.
Toda esta plática de “cangrejos” y “neo-guerrilleros” (al cual debo decir que no le veo ni un ápice de potencial para entrar en el zeitgeist cultural) me recuerda que el término “intelectual” se comenzó a utilizar en la Francia del siglo XIX, como un término derogatorio para describir a personas que el establishment consideraba como los enfermos, introspectivos, “librepensadores” y desleales. Eran personas como Émile Zola y Anatole France, que criticaron dura y abiertamente al antisemitismo exhibido por el gobierno en el caso del capitán Alfred Dreyfus, acusado y sentenciado injustamente a cadena perpetua por supuestamente haber vendido información secreta a los alemanes.
El término no ha perdido del todo esta connotación peyorativa, pero ya no es usado tan frecuentemente como un insulto, en gran medida porque las personas a quienes iba dirigido, se apropiaron de él y lo exhibieron con orgullo; como muchos “cangrejos” guatemaltecos ya lo hacen.
El “caso Dreyfus” dividió enormemente a la sociedad francesa de aquella época en dos bandos: quienes apoyaban a Dreyfus y quienes se oponían a él. Sin embargo, fueron las duras críticas de Zola, France y otros “cangrejos” franceses las que pusieron en evidencia el profundo antisemitismo y el violento nacionalismo que se habían colado en sectores poderosos e influyentes de la sociedad y del Estado. Así es como estas cosas suelen suceder; únicamente a través de una disputa abierta y honesta de ideas.
Sin embargo, lo que las mentes detrás de las campañas e iniciativas antes mencionadas nos ofrecen a diario es precisamente lo opuesto. En lugar de una sana disputa de ideas, nos dan frasecitas trilladas sobre el cambio personal, la sanación de las heridas del pasado, el fervor por “mi país” y la identidad nacional a través de tortillas, pollo frito, cantautores nacionales, Tortrix y tamales.
También han logrado sembrar en la mente de los guatemaltecos la idea de que la crítica únicamente tiene valor si y solo si viene de la mano de una contrapropuesta. El valor de la crítica por la crítica —esencial en las ciencias y en la filosofía para detectar errores y avanzar en nuestra indagación del mundo natural— no es aceptado; por allí empezó la trillada historia de la olla de los cangrejos.
La Guatemorfosis puede sonar muy bonita, pero tiene un efecto nefasto, que es vendarnos los ojos perpetuamente a las verdaderas causas de los problemas de nuestra sociedad y privarnos de cualquier oportunidad de encontrar soluciones coherentes.
En palabras del inigualable crítico, escritor y provocateur Christopher Hitchens: “El conflicto puede ser doloroso, pero la solución sin dolor no existe y en cualquier caso su búsqueda trae consigo como dolorosas consecuencias a la estupidez y la inutilidad; la apoteosis del avestruz”.
Espero que 2013 sea el año en que esta idiotez colectiva se termine.
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Ayn Rand (1992), Atlas Shrugged. Dutton: New York.