Tánatos, encadenado

“No deseo alcanzar la inmortalidad a través de mi trabajo. Quiero alcanzarla no muriendo” —Woody Allen

Como escribí ya hace algunos meses, los mitos—a pesar de su obvia falsedad—son valiosísimas fuentes de conocimiento sobre nosotros mismos que nos desnudan la psique a través de intrincadas metáforas, alegorías y cuentos heroicos. Nos ayudan a visualizar diferentes perspectivas de temas tan diversos como el amor, el trabajo, la vejez, el odio, la sexualidad, el honor y la madre de todas las preocupaciones humanas: la muerte.

Los antiguos griegos solían personificar los sentimientos humanos y las leyes naturales en dioses, semidioses, daimones y otros seres supra humanos; en el caso de la muerte, ésta era personificada en Tánatos. Según Hesíodo, era hijo de Nix (noche) y Erebos (oscuridad), y por lo tanto hermano de otras tétricas y sombrías personificaciones como Geras (vejez), Momo (culpa), Ezis (miseria), Némesis (venganza), Moros (condenación), Apate (engaño), Eris (discordia), las Moiras (el destino) y las Keres (espíritus femeninos de la muerte). Además, era hermano gemelo de Hipnos (sueño).

Tánatos es generalmente descrito en los mitos como un personaje cruel y despiadado, aunque es mayormente asociado a la muerte indolora;  la muerte violenta es menester de las Keres—oscuras Fatalidades de dientes blancos y rechinantes, garras filosas y puntiagudas, y una sed insaciable de sangre humana.

A pesar de su temible figura, Tánatos podía ser engañado o burlado utilizando el ingenio. Tal es el caso de Sísifo, rey de Corinto. Dentro de la mitología griega, Sísifo es reconocido por dos cosas: su perspicaz inteligencia en vida, y el ejemplar castigo que sufrió después de muerto.

Cuenta la historia que Sísifo fue testigo de cómo Zeus, transformado en águila, bajó del Olimpo para raptar a la bella ninfa Egina y llevarla a la isla de Enone para tener sexo. Sísifo, muy astuto, guarda el secreto esperando la oportunidad de sacarle provecho.

Asopo—dios-río y padre de Egina—busca desesperadamente a su hija en tierras de Sísifo y éste le revela todo a cambio de una fuente de aguas cristalinas. Cuando Zeus se entera de la traición de Sísifo, envía a Tánatos a capturarlo y llevarlo al Tártaro. Sísifo, utilizando el ingenio que le caracteriza, logra engañar a Tánatos haciendo que él mismo se encadene. Con esto Sísifo gana no sólo su libertad, sino también le da a la humanidad un breve respiro de inmortalidad; con Tánatos aprisionado con sus propias cadenas, ningún mortal puede morir.

Ares, el dios griego de la guerra, se frustra rápidamente al observar que a pesar de incitar feroces batallas, nadie muere. Un guerrero podía ser eviscerado al filo de una espada por la mañana y aun así presentarse al campamento para cenar con el resto de su ejército por la noche. Finalmente, éste libera a Tánatos y vuelve a poner a Sísifo en su custodia. Pero Sísifo tenía otro as bajo la manga. Antes de partir, le pide a su esposa que no lo entierre.

De vuelta en el Tártaro, Sísifo se queja con Perséfone (reina del inframundo) de que no se le dieron los honores fúnebres apropiados y le pide que le permita salir un momento para ir con su esposa y asegurarse de que se le entierre apropiadamente. Perséfone asiente y Sísifo regresa al mundo de los vivos, en donde rápidamente se olvida de cualquier cosa que tenga que ver con funerales y vive durante largos años. Pero esto únicamente logra posponer lo inevitable; eventualmente Sísifo es llevado de regreso al Tártaro, en dónde es condenado a una eternidad de trabajo forzado por todas sus maquinaciones contra los dioses.

Su castigo eterno consiste en rodar una gigantesca piedra hasta la cima de una montaña. Si lo logra, debe de botar la piedra por el otro lado y puede recuperar su libertad; pero cada vez que lo intenta, al llegar a la cima, la piedra rueda de regreso por el mismo lugar.

Ha habido muchas interpretaciones del mito de Sísifo y una de las más geniales que conozco la hizo el escritor y filósofo absurdista Albert Camus. Para Camus, el único problema filosófico serio es el problema del suicidio; juzgar si la vida merece la pena ser vivida y qué hacer luego de llegar a una respuesta. En ese contexto, Sísifo es la figura del héroe absurdo, el que luego de confrontarse a sí mismo y al Universo logra aprehender la realidad de la existencia tal y como es, y sigue viviendo: la vida no tiene ningún sentido, los cielos están vacíos y a nadie le importa nuestro destino.

Según Camus, la tragedia de la condición humana resulta en que todo lo que hacemos en la vida es hacer lo mismo que Sísifo; pasamos la vida subiendo gigantescas piedras a la cima de la montaña para que cuando por fin alcancemos la meta, ésta se venga rodando por donde vino. La diferencia está en que a Sísifo no le importó, él la vio venir (¿o más bien, irse otra vez?), él ya conocía lo absurdo de su existencia y una vez la comprendió, pudo soltarse y estar complacido. Y es que para Camus, es necesario abrazar lo absurdo, es necesario reconocer que la vida es absurda y vivirla de todas maneras. No porque quizás estemos equivocados y al final un sentido nos será revelado, sino porque estamos en lo correcto y existir es mejor que no existir.

Resulta demasiado irónico que ese pensamiento, la realización de lo absurdo de la existencia, es precisamente lo que—quizás inconscientemente—se esconde detrás de nuestros titánicos esfuerzos por vencer a la muerte, por lograr lo que Sísifo no pudo: encadenar a Tánatos de una vez por todas.

Parece ciencia ficción, pero la ciencia moderna está a sólo unas décadas de hacerlo realidad. Aubrey de Grey, quizás el gerontólogo (¿recuerdan a Geras?) más prominente en la actualidad, ha hecho avances impresionantes. En una conferencia reciente en la universidad de Princeton, de Grey dijo que si bien no conocemos cuántos años tiene actualmente la primera persona en alcanzar los 150 años de edad, es casi seguro que la primera persona en alcanzar los 1,000 es menos de 20 años más joven.

De Grey, aunque entusiasta sobre la idea, es un poco conservador. Su inspiración para investigar los procesos de envejecimiento humano no es tanto el prospecto de vivir para siempre, sino el de extender la juventud y tener mucho más control sobre el ritmo al que nuestros cuerpos envejecen. Y esto hace que surjan preguntas filosóficas y científicas tan interesantes como importantes para nuestro futuro como especie.

Están, por ejemplo, las preguntas sobre las implicaciones éticas de extender de forma tan desproporcionada nuestras vidas. ¿Puede ser egoísta pensar en vivir 100, 200 o 300 años sabiendo que otros no llegarán ni a los 3? Es sabido que por los altos costos de investigación y desarrollo los primeros en tener acceso a lo último en tecnología y medicina son los más adinerados. Esto tiene sus altibajos. Por un lado, de esta manera se comienza a generar ingresos que permiten más investigación y más desarrollo, y esto lleva a una baja muy significativa en los precios.

Recuerdo que hace tan sólo 10 años, un televisor de plasma costaba alrededor de $5,000. Ahora es posible conseguirlo por menos de $500 y los he visto en los lugares más inesperados. Pero por el otro lado, no es lo mismo un televisor, una laptop o un iPod a la posibilidad de multiplicar el tiempo de vida humana por un factor de 10 o quizás más. Como ningún invento en la historia de la humanidad, esto tiene el potencial de provocar niveles de desigualdad nunca antes vistos. Tendríamos personas viviendo varios siglos, con estados de salud óptimos y casi sin limitaciones para realizar sus sueños, mientras otros millones no sobreviven su infancia a causa de la desnutrición; y no por una severa imposibilidad física o mental, sino por simple economía. Es decir, la situación que vivimos actualmente, pero aumentada casi exponencialmente en unos cuantos años.

Como señala el afamado filósofo australiano Peter Singer en un reciente artículo, el argumento de la disparidad provee de una razón de peso para considerar que el sobreponernos a la vejez—y quizás a la muerte—puede aumentar los niveles de injusticia e infelicidad en el mundo.

Otro problema es el de la sobrepoblación. Si con los tiempos de vida promedio que tenemos en la actualidad ya estamos agotando peligrosamente el espacio y los recursos naturales en este planeta, pensemos en cómo se agravaría la situación si la proporción de nacimientos contra muertes fuera aun más desnivelada. Otra razón más para creer que el nivel colectivo de injusticia y de infelicidad en el mundo únicamente puede crecer en presencia de esta tecnología.

Promotores de la investigación científica sobre el envejecimiento con el fin de extender el tiempo de vida humana han ofrecido respuestas a las objeciones anteriores. De Grey, por ejemplo, ha señalado que si bien los costos serán elevados y accesibles únicamente a una pequeña minoría, éstos eventualmente bajarán, como ha ocurrido con muchas otras innovaciones tecnológicas.

Singer señala que la segunda objeción puede tener una respuesta un tanto contra intuitiva. Es posible que al solucionar el “problema” del envejecimiento, también se abran nuevas posibilidades para resolver el problema de la sobrepoblación. La menopausia podría convertirse también en una cosa del pasado y las mujeres podrían tener hijos a una edad mucho más avanzada que en la actualidad. Esto, a su vez, podría causar una baja significativa en las tasas de natalidad a nivel mundial.

Aparte de estas interrogantes, hay otras muy importantes que se me vienen a la mente: ¿Hay algún punto en el que la investigación científica genere conocimiento capaz de aniquilarnos a todos? ¿Debe haber un límite para la investigación científica? Hay quienes piensan que tal conocimiento ya se generó, pues desde hace varias décadas estamos en posesión de armas nucleares capaces de desatar un Armagedón no mitológico, sino muy real.

Sean armas nucleares o la fuente de la eterna juventud, el problema no es la ciencia en sí, sino nuestra capacidad de enfrentar con madurez tanto los problemas de nuestra existencia como las posibles soluciones que vamos encontrando en el camino. Por cosas como ésta es que—parafraseando al filósofo Daniel Dennett—creo que no hay ciencia sin filosofía, sino que simplemente hay preguntas filosóficas cuyo equipaje filosófico se sube a bordo sin examinar.

Quien sea que tenga la razón, es una cuestión en la que el futuro de nuestra especie está en juego, y por lo tanto no debe de ser tomada a la ligera. No podemos aceptar lo que venga sin cuestionar ni usar las neuronas, pero tampoco podemos rechazarlo cobardemente a priori.

Yo soy escéptico. Aunque me atrae enormemente la idea de extender mi vida útil y multiplicar el tiempo que tengo para vivir, cumplir mis metas y aprender más sobre el Universo, yo, personalmente, me quedo con la frase de Píndaro con la que Camus abre El mito de Sísifo:

“No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, sino agota el ámbito de lo posible.” —Píndaro, Pítica III

¿Y usted?

Oscar G. Pineda

Oscar es un mamífero bípedo, de la especie Homo sapiens. Disfruta observando extrañas y repetitivas manchas en pedazos de papel, y oyendo a personas de acento raro hablar de peces con patas saliendo del mar; usando palabras raras como ‘qualia’ o números con muchos, muchos ceros. Tuvo la loca idea de dedicar su vida a hacer lo que le gusta, así que ahora está estudiando filosofía en la universidad y ciencia en su tiempo libre. Así se siente a gusto, cuestionando todo; hasta lo que “no se debe cuestionar”. Ah, y odia escribir sobre él mismo en tercera persona.

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