Demos y Theos, o las rodillas de un general

Érase una vez un país cuyo superior ejecutivo, teóricamente neutro en materia de milagros, asistía a rituales pomposos donde se pronunciaban encantamientos para convertir fécula de trigo en tegumentos, y alcohol vitivinícola en leucocitos y hematíes; y, todo, a fin de agradecerle al improbable emperador del multiverso una pedestre victoria electoral en un rincón de una esfera con masa infinitesimal en la escala de los cosmos. Desconsuelo: después del de Berlioz, ya todos los tedeums son deshonra del pastiche.

Érase una vez un conductor de república cafeto-bananera, quien había sido comandante y combatiente en una guerra fratricida, y posteriormente inauguraba espectáculos circenses ante un modelo pastoral que era más bien ganadería.  Después de todo, cada personaje militar pasado por aguas del bautismo viene a ser un tributo al “Señor de los ejércitos”, ese estratega celestial que invitaba amablemente, por vía de mandato, al no tan simbólico exterminio de pueblos enemigos. Ya se sabe: hablamos también de pasar por la espada a muchachitos y violentar la integridad de las doncellas, en nombre del mismo ser al que agradaba el olor a cabrito a las brasas y el aroma de la sangre de corderos sin defectos.

A juzgar por el número de crédulos, la comarca platanera crecía en gracia y sabiduría ante los ojos de este ser de naturaleza sospechosa. Y, en virtud de una extraña paradoja, tal crecimiento se desarrollaba en paralelo al aumento de los crímenes y transgresiones a la ley. Pero importaba poco: importaba, en rigor, la visibilidad de las muchedumbres adoradoras de un hijo que era y es padre de su madre y se sienta desde hace dos decenas de centurias a la diestra de su eterno engendrador, que es también retoño de sí mismo. Mejor lógica, imposible.

Y ya me abstengo de alusiones: Otto Pérez Molina, general que ahora preside la República de Guatemala, fía su investidura a la consagración de una arena donde no se contiende con toros de lidia, pero donde Cash Luna, un torero sin capote, desafía toda noción de probidad mediante la propagación nauseabunda de leyendas originadas en el valle del Jordán a partir del siglo I de la era común. El representante de la “unidad nacional”, en realidad, desmiembra: favorece la religión sobre la irreligión y una divinidad por encima de todas las otras posibles.

¿Por qué usted, su excelencia presidencial, no alienta la construcción de hipersinagogas, megamezquitas o superpagodas, del mismo modo en que inaugura megaiglesias? ¿Le importan menos al Estado las figuras centrales de credos distintos del cristiano? ¿Y por qué no exhorta usted a los ateos, agnósticos, librepensadores, anticlericales, apóstatas o individuos simplemente indiferentes al fenómeno religioso a formar agrupaciones de exaltación a sus ideas? En otros términos, ¿por qué privilegia usted a un sector de la población (creyentes), aunque constituyan mayoría, sobre otro sector (escépticos), así sean minoría? ¿Acaso no sabe usted la diferencia entre democracia y oclocracia, o entre estas y teocracia?

“Estoy seguro de que podemos lograr una Guatemala sin violencia si obedecemos a Dios y llevamos a Cristo en nuestros corazones”, asevera usted, jefe de un Estado aconfesional, el nuestro, en la apertura de un descomunal paradero de teístas que tiene más de coliseo de gladiadores que de casa de recogimiento y oración. ¿Por qué, presidente, implica usted que en el país que usted gobierna reinará la paz solo en el momento en que acatemos los caprichos de un ente imaginario y alojemos a un redentor reciclado en un músculo del cuerpo? ¿Dios y su Cristo? ¿Un padre hipotético y un personaje que no existe fuera de su propio mito? ¿Y por qué no Ahura Mazda y Zoroastro? ¿Y por qué no Alá y su Profeta? ¿Y por qué no Ometéotl y Quetzalcóatl? ¿No dijo el mismo ungido (esto es, “mesías”) que había que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, indicando con ello un distanciamiento entre asuntos políticos y cuestiones teológicas?

¿Por qué se convierte usted en zalamero de un traficante de creencias, señor mandatario? Da miedo constatar que la disociación entre Iglesia y Estado en Guatemala vale tanto como el peso de una pulga. Da asco escucharlo a usted decir que el fundador de una organización que no tributa al fisco es una personalidad ejemplar para catorce millones de habitantes. Visite usted Estados laicos como la República Francesa, pongamos por caso, y cuéntenos si sus presidentes prestan aquiescencia explícita al estreno de recintos dedicados al culto de cualesquiera seres sobrenaturales. Un Estado laico, sabe usted, garantiza que ningún credo o todos los credos juntos tengan la misma preponderancia ante el orden político, y este debe permanecer imparcial ante liturgias y sin tomar partido por unos ni por otros segmentos de incredulidad o de fe, mientras vela por la libertad de la expresión de todos los habitantes.

La religión asesora mal a la milicia, presidente. Al cargo de usted corresponde inhibirlo de asistir a hipódromos de aplausos y desmayos por bendiciones novelescas, cuyo propósito es otorgar legitimidad a un farsante que se ha labrado un renombre a base de exenciones impositivas y escenificaciones de comedias que dan pena. Como pena da usted, infractor de principios básicos en el ordenamiento general de un sistema político. No necesitamos más genuflexiones, muchas gracias. Y vaya usted con su dios.

Ramón Urzúa-Navas

Soberanía orgánica con alguna conciencia de sí misma. Habita Sobrevive de momento en Nueva York Chicago, Subsiste indefinidamente en Guatemala (y desempleado). en una de cuyas universidades persigue la obtención de un doctorado donde se plantea seriamente el abandono de la academia. Tiene claro que lo emborrachan la poética, la retórica, la gramática, la filología, la estética, la metafísica, la historiografía, las ciencias, las culturas, los vinos, usted y otros asuntos misteriosos. Ha sido corrector intransigente, catedrático inexperto, traductor plurilingüe, barman ocasional y a veces bohemio, para menor gloria de dios. Aspira a articular alguna coherencia posmoderna mientras cree en un planeta menos bestial. Todo lo demás carece de importancia.

1 Comment

  • Reply May 17, 2013

    Alfredo Rodríguez

    Hola Ramón, felicitaciones, excelente artículo, nos recuerda que la política y la religión tienen mucho campo en común, y como se dice comúnmente en Guatemala, pues, “son coyotes de la misma loma”……….corruptos……………..y todos los demás calificativos pertinentes….lamentablemente!!!; me encanta tu prosa, seguí escribiendo, que veo en vos a uno de los baluartes literarios guatemaltecos, enhorabuena……

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