Apenas hemos abierto los ojos

El filósofo francés Auguste Comte fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XIX. Es conocido por haber sido el fundador del campo de la sociología y del positivismo lógico como forma de pensamiento. En 1830 publicó el primer volúmen de seis de su Curso de filosofía positiva. Entre otras cosas, Comte plantea en esta obra que existen límites definitivos a lo que el ser humano es capaz de conocer y rechaza cualquier pretensión de conocimiento que no esté basada en la observación. Para ejemplificarlo, utiliza uno de los problemas de la astronomía de la época: la composición de las estrellas.

 “En cuanto a las estrellas, […] nunca podremos, de ningún modo, estudiar su composición química o su estructura mineralógica. Considero que cualquier idea sobre la verdadera temperatura media de alguna estrella nos será siempre negada.”

Esta fue una desafortunada frase, pues como nos muestra Neil deGrasse Tyson en el quinto episodio del nuevo Cosmos, el secreto para revelar éste y muchos otros misterios del Universo estaba escondido en la luz—tanto literal como metafórica—y su descubrimiento llevaba varios siglos de estarse gestando por personas en lugares y culturas muy diferentes.

El viaje comienza con Mo Tze (470 AEC — 391 AEC), un filósofo de la antigua China que descubrió un curioso fenómeno óptico que sucede cuando la luz pasa a través de un pequeño agujero: la luz es proyectada en forma de una imagen invertida de lo que está del otro lado, antes de entrar al agujero. Éste fenómeno dio lugar a la construcción de un simple artefacto llamado camera obscura, un muy antiguo precursor de la cámara fotográfica. Sabemos poco de la vida y obras de Mo Tze, pero sabemos que él y sus seguidores comenzaron a esbozar una filosofía muy parecida a la que sostiene hoy a la ciencia moderna: cuestiona la base de toda doctrina, pregunta si puede ser verificada por las observaciones de todo el mundo, pregunta cómo debe de aplicarse y si beneficiará a la mayor parte de las personas.

Más de mil años más tarde, en el medio oriente, Ibn al-Hasan (965 — 1040) descubría el mismo fenómeno óptico. Al-Hasan, sin embargo, fue más allá; él quería saber cómo funcionaban las cosas y descubrió que la imagen en una camera obscura se invertía porque los rayos solares viajan en línea recta. Tuvo la fortuna de vivir en el apogeo de la cultura islámica, una época de total apertura al conocimiento que contrasta no sólo con la Europa medieval, sino con la situación actual del Medio Oriente. El futuro renacimiento europeo se debe en gran parte a los árabes, pues fue a través de ellos que el trabajo de los antiguos filósofos griegos llegó hasta Europa. Mientras en Europa cazaban herejes y quemaban libros, en el Medio Oriente los apreciaban y los resguardaban. Estas condiciones permitieron a al-Hasan ser un polímata que contribuyó enormemente al desarrollo de campos tan diversos como la astronomía, la óptica, la meteorología, las matemáticas y la oftalmología. Su más grande aporte, sin embargo, fue haber sido el primero en sentar las reglas mismas del método científico.

En la Europa del siglo XIX un joven huérfano de nombre Joseph von Fraunhofer hizo maravillas con el vidrio y perfeccionó el arte de los lentes ópticos. Además, su infinita curiosidad le permitió llegar hasta donde Newton no pudo. En el siglo XVII, Newton demostró con un prisma que la luz blanca que observamos está compuesta por seis colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul y violeta. Fraunhofer, al observar el espectro de la luz salido de un prisma a través de un artefacto de su propia invención, descubrió unas misteriosas líneas negras. Sin saberlo aun, dio origen al campo de la astrofísica y puso en movimiento una revolución científica que nos permitió saber exactamente la composición química de las estrellas, entre muchas otras cosas. Fraunhofer 1, Comte 0.

¿Qué tienen en común estas tres historias? Para comenzar, todos fueron el producto de épocas, lugares y culturas muy diferentes entre sí. La ciencia, a diferencia de lo que muchos piensan, no es simplemente una narrativa occidental creada por europeos burgueses. La ciencia es un método universal—el mejor que tenemos—para indagar en la naturaleza y obtener conocimiento. Sin embargo, necesita de algunas cosas para poder prosperar: la libertad de expresión, el valiente cuestionamiento de la autoridad y el libre intercambio de ideas. Tanto Mo Tze, Ibn al-Hasan y Joseph von Fraunhofer, se beneficiaron de éstas condiciones en sus respectivos lugares y culturas para poder hacer lo que hicieron; sin embargo, el trabajo de los tres se vio truncado por groseras manifestaciones de estupidez humana.

En la China de Mo Tze, el emperador Qin estableció un regimen totalitario que silenció a todas las formas de disenso y libre cuestionamiento. Invaluable conocimiento se perdió o se estancó como consecuencia de esto; libros fueron quemados y pensadores fueron asesinados. La época dorada de la ciencia en el mundo islámico, llegó a su fin de la mano de un fuerte movimiento anti-ciencia propiciado por los musulmanes suníes y tensiones geopolíticas. Las Cruzadas cristianas también tuvieron algo que ver. El legado tecnológico de Fraunhofer fue resguardado y mantenido como secreto de estado durante 100 años por el gobierno alemán.

La historia tiene un final feliz, pues el conocimiento eventualmente triunfó por sobre el oscurantismo. Los descubrimientos acumulados durante milenios nos han permitido conocer cosas que nunca nos imaginamos. El espectroscopio que Fraunhofer inventó y que luego fue desarrollado y actualizado con tecnología de punta, es quizás uno de los más grandes inventos en la historia de la ciencia. Nos ha permitido indagar en la naturaleza misma de la realidad, al informar científicamente a la filosofía. Gracias al espectroscopio ahora sabemos que las estrellas están formadas de los mismos elementos que nosotros—esta es la base científica de la frase “somos polvo de estrellas.” También sabemos que la luz visible a los ojos humanos ocupa únicamente una mínima parte del espectro electromagnético, y que el Universo está en una expansión acelerada.

Apenas hemos abierto los ojos y únicamente nuestra propia estupidez puede cerrarlos. Ya ha sucedido antes.

Oscar G. Pineda

Oscar es un mamífero bípedo, de la especie Homo sapiens. Disfruta observando extrañas y repetitivas manchas en pedazos de papel, y oyendo a personas de acento raro hablar de peces con patas saliendo del mar; usando palabras raras como ‘qualia’ o números con muchos, muchos ceros. Tuvo la loca idea de dedicar su vida a hacer lo que le gusta, así que ahora está estudiando filosofía en la universidad y ciencia en su tiempo libre. Así se siente a gusto, cuestionando todo; hasta lo que “no se debe cuestionar”. Ah, y odia escribir sobre él mismo en tercera persona.

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