Receta para el desastre

Cada persona es una colección de más o menos 3 mil millones de billones de billones de átomos. Ni uno sólo de esos átomos sabe quién somos ni se interesa en nuestras vidas. Sin embargo, esos mismos átomos dan lugar a seres vivos que están conscientes de su propia existencia y que se interesan en su propio bienestar. O por lo menos, deberían de hacerlo.

¿Cómo lo sabemos? Somos curiosos y a lo largo de nuestro corto paso por éste rincón de la Vía Láctea, hemos querido saber cómo llegamos aquí y cómo funciona el Universo. En este proceso, hemos intentado varias soluciones y algunas han dado más fruto que otras. Antes de la era científica no tuvimos muchas opciones. Evolucionamos para sobrevivir en el corazón del continente africano como cazadores y recolectores, no para desentrañar las leyes fundamentales de la Naturaleza. Es por eso que nuestros primeros intentos de explicar los fenómenos naturales parecen tan miopes.

Un ejemplo claro de esto es la historia de nuestro intento de ponerle un número a la edad de la Tierra. Debido a que el concepto de tiempo profundo es tan ajeno a nuestra experiencia y por ende tan difícil de comprender, es muy raro encontrar alguna cultura antigua que postule una Tierra de más de unos cuantos miles de años. Además, era una pregunta que inevitablemente era planteada en un contexto religioso. El Génesis y el Qur’an, por ejemplo, pintan una imagen de un Universo que no pasa de 10,000 años. Una excepción interesante se encuentra en el hinduísmo, que imagina un Universo de más de 8 mil millones de años, en un ciclo constante de creación y destrucción.

En el siglo XVII, en la Europa renacentista, la pregunta comenzó a ocupar a algunas de las mentes más brillantes de la época (y de la historia), como Johannes Kepler e Isaac Newton. Ninguno de ellos, sin embargo, se salió del guión propuesto por nuestros antepasados. Todos tomaron a la Biblia como su guía y pretendieron encontrar allí la solución: la Tierra tenía unos 6,000 años, aproximadamente. El caso más famoso e influyente fue el de James Ussher, un obispo irlandés que situó la fecha de la creación del Universo a las 6 de la tarde del sábado 23 de octubre del año 4004 AEC. Eso es, aproximadamente, unos 1,500 años después de que los sumerios inventaran la agricultura. Uno únicamente puede imaginarse el shock que debe de haber sido para ellos el ver interrumpido su día de cosecha para ser testigos de la creación del planeta que habían estado habitando tranquilamente durante miles de generaciones.

Eventualmente esa mentalidad cambió y la pregunta comenzó a formularse en un contexto científico. El desarrollo de la geología entre los siglos XVII y XIX trajo consigo un nuevo método para intentar ponerle una fecha al planeta. Había que ver los estratos de acumulación de sedimento, hacer mediciones e intentar determinar el tiempo que tomaba la formación de cada uno. Pronto, sin embargo, se evidenciaron las dificultades de éste método: los tiempos eran muy variables—desde unos cuantos días, hasta millones de años—y no era posible acceder al material más antiguo. La respuesta vino del cielo, aunque no en forma de revelaciones divinas, sino de meteoritos.

A principios del siglo XX se comenzaba a desarrollar un nuevo método de fechado: la datación radiométrica. La materia está formada por los elementos de la tabla periódica, cada uno un átomo con diferentes números de protones, neutrones y electrones. Las cantidades de los primeros dos están definidos por el número atómico. El carbono, sexto elemento de la tabla periódica, tiene un número atómico de 6. Esto quiere decir que tiene 6 neutrones y 6 protones en el núcleo. Algunos elementos también existen en forma de isótopos, es decir, con algunos neutrones adicionales. El ejemplo más ampliamente conocido de un isótopo es quizás el carbono-14—un átomo de carbono con 6 protones y 8 neutrones. Los isótopos, sin embargo, son inestables y tienden a desintegrarse (perder los neutrones adicionales) con el tiempo. Es posible conocer, de forma estadística, el tiempo que toma esta desintegración en un grupo grande de átomos. Al tiempo que toma la desintegración de la mitad de los átomos de un isótopo al siguiente se le conoce como vida media. Todo esto nos permite, al hacer mediciones de las proporciones del isótopo original contra el desintegrado, saber la edad de muchas cosas. Otro secreto más escrito en los átomos.

Lo que quedaba ahora era conseguir muestras de material que fueran tan antiguos como la Tierra. Aquí es donde los meteoritos—rocas remanentes de la formación del Sistema Solar—hacen su entrada triunfal. Los isótopos más pesados, como los del uranio (número atómico 92 en su forma estable), se desintegran lentamente hasta convertirse en plomo, el último elemento con isótopos estables en la tabla. Si medimos la proporción de uranio-238 (el isótopo más común del uranio) y plomo en un meteorito, podemos calcular la edad del meteorito, y por asociación, la edad de la Tierra.

Esta tarea se le asignó a Clair Patterson y George Tilton en la década de los años 50. Es en este punto en el que la historia se convierte de muy interesante a simplemente fascinante. Patterson comenzó a notar que el trabajo de medir el plomo en las muestras no era nada sencillo. Los resultados que obtuvo variaban enormemente y esto se debía a contaminación exterior. En su intento por obtener mejores mediciones, libres de contaminación de plomo ajeno a las muestras, desarrolló el primer cuarto ultra limpio—importantísimo para muchas aplicaciones e investigaciones en la ciencia moderna. Luego de superar las dificultades, Patterson finalmente logró calcular exitosamente la edad de la Tierra: 4,500 millones de años.

Las dificultades, sin embargo, apuntaban a algo anormal. La Tierra, aparentemente, tenía cantidades enormes de plomo que no parecían haber surgido de forma natural. Patterson siguió investigando y finalmente concluyó que la fuente del plomo—altamente tóxico para los humanos—provenía de la gasolina. Publicó sus estudios en 1965 y desencadenó una de las historias más macabras en la ciencia moderna.

Los hallazgos de Patterson iban en contra de los intereses económicos de la poderosa industria petrolera, quienes irónicamente estaban financiando sus investigaciones. Inmediatamente, se puso en marcha un plan de contención muy similar al de las tabacaleras en la misma época: cortaron el financiamiento e intentaron bloquear cualquier otra fuente de dinero para Patterson; emplearon a científicos para que realizaran sus propias investigaciones sesgadas y manipuladas; e iniciaron una campaña mediática en donde se afirmaba que el plomo era completamente seguro. Patterson luchó durante unos 20 años para lograr convencer al gobierno de los males del plomo y que se prohibiera su uso. Decisión que ha sido vindicada una y otra vez por los estudios científicos posteriores.

El paralelismo entre esta historia y la actual negación del cambio climático antropogénico es evidente. Cuando los intereses económicos de personas con poder están en riesgo, se hace cualquier cosa para impedir que la verdad salga a luz. Tabacaleras, petroleras, fabricantes de aerosoles, entre otras grandes corporaciones, han sido verdaderos maestros del arte de la manipulación, distorsión y encubrimiento de las evidencias para evitar afectar sus ganancias. Las evidencias del cambio climático son contundentes: las actividades humanas desde la revolución industrial han tenido un impacto negativo en el planeta y están causando un alza en el promedio de temperatura. Con esto, las capas polares se han derretido y los niveles de agua del mar han crecido.

Carl Sagan, uno de los primeros científicos en advertirnos sobre el cambio climático, escribió en The Demon-Haunted World:

“Hemos preparado una civilización global en la que los elementos más cruciales —el transporte, las comunicaciones y todas las demás industrias; la agricultura, la medicina, la educación, el ocio, la protección del medio ambiente, e incluso la institución democrática clave de las elecciones— dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una receta para el desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara.”

El Cosmos no se rinde ante nuestros deseos, la realidad simplemente es, independientemente de si nos gusta o no. La ciencia es la mejor herramienta para conocerla, pero necesita de un compromiso con la búsqueda de la verdad que implica seguir el camino que traza la evidencia hasta dónde sea que nos lleve y que la gente común la comprenda para no ser engañada tan fácilmente. Sin esto, se convierte en una herramienta social, política y económica que los más poderosos e ignorantes pueden usar para satisfacer sus intereses.

Oscar G. Pineda

Oscar es un mamífero bípedo, de la especie Homo sapiens. Disfruta observando extrañas y repetitivas manchas en pedazos de papel, y oyendo a personas de acento raro hablar de peces con patas saliendo del mar; usando palabras raras como ‘qualia’ o números con muchos, muchos ceros. Tuvo la loca idea de dedicar su vida a hacer lo que le gusta, así que ahora está estudiando filosofía en la universidad y ciencia en su tiempo libre. Así se siente a gusto, cuestionando todo; hasta lo que “no se debe cuestionar”. Ah, y odia escribir sobre él mismo en tercera persona.

3 Comments

  • Reply April 28, 2014

    Andres

    Hola de nuevo
    Recien acabo de ver el capitulo 7 de la nueva versión de Cosmos en donde se habla sobre este tema de la edad de la Tierra y me encontré con que la versión en español tiene un error (o sera intencional?) cuando Patterson descubre la edad de la Tierra en esta versión traducida dice que el mundo tiene 4,500 años de Antigüedad.

    Tuve que conseguir la versión original en Ingles para verificar y allí claramente dice que la edad de la tierra es de 4,500 millones de años.

    Es una pena que en las traducciones cometan estos “errores” ya que pareciera que quieren hacer parecer que los científicos confirmaron esa edad de la tierra cuando la edad correcta es la de 4,500 millones de años.
    Ojala que fuera posible aclarar esto para que la gente que vio la versión en español no se quede confundida.

    Adelante con sus publicaciones !!

    • Reply May 4, 2014

      Oscar G. Pineda

      Yo he optado por ver la serie los domingos en la noche, en inglés. La traducción al español es bastante mala y aburrida. Es una lástima, porque invirtieron mucho dinero en la serie y en Latinoamérica no hicieron un buen trabajo en este aspecto.

      Gracias por leer y comentar. 🙂

  • Reply April 29, 2014

    Juan Carlos Perez

    A propósito de la canonización de un criminal les comparto este enlace:

    http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-245010-2014-04-27.html

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