Demasiado maravilloso para ser verdad

La historia de la ciencia está plagada de genios y grandes inventores cuyos logros son tan grandes que trascienden a la ciencia misma como método de búsqueda de conocimiento del mundo natural y transforman para siempre la forma de vida de la humanidad—para bien o para mal.

Algunos, como Clair Patterson, se ocupaban de resolver un problema en particular o de contestar una pregunta específica y en el proceso descubrieron otras cosas. Cuando Patterson descubrió los estragos que la gasolina cargada de plomo estaba causando en el ambiente y en nuestros propios cuerpos, él estaba ocupado en medir la edad de la Tierra. Las dificultades que se fue topando en el camino, sin embargo, lo llevaron a seguir otros caminos que terminaron con el importante hallazgo de que nos estábamos envenenando a nosotros mismos.

En otros casos, los descubrimientos y el desarrollo tecnológico vienen luego de años de ardua búsqueda con un claro fin en mente y de mucha persistencia. Tal es el caso de Michael Faraday, el más grande físico experimental de su generación. Faraday nació en medio de una familia muy pobre y sin muchas oportunidades. Un impedimento del habla del que sufría, lo convirtió en blanco de burlas en la escuela, incluso de sus mismos maestros. Abandonó la escuela y jamás regresó a una educación formal. Todo lo que Faraday aprendió sobre electricidad—un tema que lo cautivó desde una edad muy temprana—lo hizo por su propia cuenta.

Su gran oportunidad vino cuando hizo una transcripción de las lecciones públicas de Sir Humphry Davy, uno de los personajes más eminentes de la escena científica londinense de la época. Davy convirtió a Faraday en su asistente de laboratorio, en donde continuó sus estudios y pudo dar rienda suelta a su curiosidad e imaginación. Cualidades que le valieron ser la persona que pudo desentrañar por primera vez los secretos de la electricidad y dio comienzo a una revolución tecnológica sin igual hasta ese momento.

Un tema que hemos visto a lo largo de Cosmos, es la omnipresencia del factor humano en el proceso de hacer ciencia. Quienes participan en la generación de conocimiento científico no son robots inhumanos que operan únicamente en base a la razón; son tan humanos como todos y son propensos a los mismos errores que todos los demás. Las historias de Newton, Halley y Hooke; Payne y Russell; Wegener y Tharp han sido claros ejemplos, no sólo de esto, sino de una de las características más maravillosas de la ciencia: su capacidad de autocorregirse, de eventualmente detectar errores y de colocarse nuevamente en el camino correcto.

Ann Druyan, Steven Soter, Seth MacFarlane y Neil deGrasse Tyson quieren que comprendamos el lado maravilloso de la ciencia, el que nos ayuda a comprender el Cosmos y a encontrar una espiritualidad naturalista en sus hallazgos; pero también quieren que conozcamos el lado falible, irracional y humano, el que frecuentemente tiene menos glamour pero no por eso debe de ocultarse. Quieren que se aprecie a la ciencia por lo que es, por sus logros, su potencial y su importancia en el desarrollo de la especie humana, no que se convierta en un objeto de veneración sin sentido crítico. No podría haber cosa más contraria al espíritu científico.

La relación entre Sir Humphry Davy y Michael Faraday ilustra nuevamente este punto. Hasta ese momento, la electricidad y el magnetismo eran fenómenos que servían de entretenimiento y de espectáculo pero que no se comprendían para nada. Bajo la tutela de Davy, Faraday comenzó a dar pasos agigantados hacia la comprensión de ambas cosas y cómo convertirlas en aplicaciones útiles para la vida. Se conocía, por ejemplo, que la electricidad podía convertirse en movimiento pero no se comprendía por qué ni cómo se podía aprovechar. Faraday fue un pionero en ambas cosas: primero inventó el primer motor eléctrico y luego sentó las bases para la comprensión de los campos electromagnéticos que luego ocuparía a James Clerk Maxwell.

La invención del primer motor eléctrico hizo que Faraday alcanzara altos niveles de fama y reconocimiento en la sociedad victoriana. Se comenzó a decir, por ejemplo, que el mayor descubrimiento de Davy fue Michael Faraday. Cosmos sugiere que esto hizo que Davy—descubridor de varios elementos de la tabla periódica—sintiera celos y lo refundiera en un sótano haciendo tareas poco fructíferas. La verdad parece ser más complicada, pues fue el mismo Davy quien tuvo estas palabras de elogio hacia Faraday en un inicio. Es probable que sentimientos poco “nobles” hayan jugado un papel en el trato de Davy hacia Faraday a partir de ese momento hasta el día de su muerte. No es casualidad que los mejores trabajos de Faraday sucedieran precisamente después de la muerte de Davy. Me parece, sin embargo, que Cosmos cayó en un poco usual error de simplificación. El mensaje, sin embargo, sigue sin alterarse. El progreso científico puede ser detenido por nuestros propios sesgos y pasiones.

Cuando Faraday tomó el puesto de Davy como director del laboratorio de la Real Institución de Gran Bretaña, hizo cosas aun más grandes. Fue en buena parte gracias a su trabajo que la electricidad pudo aprovecharse en aplicaciones prácticas para el uso humano. No es exageración lo que menciona Tyson en los primeros minutos. El mundo sería bastante diferente si Michael Faraday nunca hubiera nacido. No sólo no tendríamos cosas como lavadoras, iPods o televisiones, tampoco tendríamos mucho del conocimiento que ahora tenemos en cualquier campo de las ciencias modernas porque la tecnología necesaria para hacer los descubrimientos no hubiera existido; por lo menos no en ese momento.

Es muy difícil condensar la genialidad de un personaje como Michael Faraday en tan sólo 40 minutos. Más difícil aun, es hacerlo en un texto de más o menos 1,000 palabras. Hay bastante más que aprender sobre su vida y obras, como su fuerte compromiso con poner siempre a la ciencia al servicio de la comunidad. Faraday nunca quiso lucrar con sus inventos y descubrimientos, anteponiendo siempre el beneficio de la sociedad en general a sus finanzas personales. Fue uno de los primeros en preocuparse por el daño que le hacemos a la naturaleza, como se demostró con su lucha por implementar sistemas de desagüe más eficientes y que no fueran a dar al río Támesis.

En fin, vale mucho la pena investigar más acerca de la vida de Faraday. Este episodio de Cosmos, posiblemente sirva para despertar el interés. Si algo nos muestra es las grandes cosas que se pueden lograr y los la realidad que se nos revela cuando mantenemos una sana mezcla de curiosidad, compromiso social, escepticismo y un fuerte apego a la evidencia. En palabras del mismo Faraday, nada es demasiado maravilloso para ser verdad…si es consistente con las leyes de la Naturaleza.

Oscar G. Pineda

Oscar es un mamífero bípedo, de la especie Homo sapiens. Disfruta observando extrañas y repetitivas manchas en pedazos de papel, y oyendo a personas de acento raro hablar de peces con patas saliendo del mar; usando palabras raras como ‘qualia’ o números con muchos, muchos ceros. Tuvo la loca idea de dedicar su vida a hacer lo que le gusta, así que ahora está estudiando filosofía en la universidad y ciencia en su tiempo libre. Así se siente a gusto, cuestionando todo; hasta lo que “no se debe cuestionar”. Ah, y odia escribir sobre él mismo en tercera persona.

1 Comment

  • Reply February 25, 2017

    Andres

    Muchas gracias por el articulo, es cierto debemos aprender más de él

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