La rima de la Historia

Ocurre que el reino se mantiene unido en el «jardín de Neptuno», como llamaba el bardo de Avon a la isla de James Bond. Quede Escocia con sus gaitas y tartanes allá en el verdor de sus tierras altas, las cuales seguirán obrando en poder de su graciosa majestad… De su graciosa majestad, figura anacrónica y reinante por la gracia de dios y por derecho propio («Dieu et mon droit», se lee aún, en francés, en el escudo de armas de Isabel II de Windsor). La Union Jack se sostiene intacta en la Bretaña grande; la pequeña es controlada por París, aunque sea hermana de los celtas.

Ocurre que Estado Islámico (EI) decapita existencias humanas ante cámaras que captan lo indecible. Lo abyecto. Lo brutal. Lo animal. Es que la sangre, linfa de la vida, ha sido la inveterada consentida de nuestra fascinación, como ya testificaba el Coliseo. Provenga de donde proviniere. La sangre. Si del enemigo, cuanto mejor.

Ocurre que, en principio, el enemigo es siempre quien descree de mi creencia. Creencia: no evidencias, no hechos. Creencia. Es decir, fe. No existe diferencia básica entre proclamar firmemente que mi poder soberano dimana de una deidad particular y declarar que mi deseo y potestad de quitarle la vida a alguien más provienen del mismo ente. Da igual que yo me ciña la corona de una mancomunidad de naciones o que quiera establecer un califato. La disparidad es efecto del método, el cual se sofistica y se amansa según la marcha de cada cultura.

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Los mil años que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente pasaron el micrófono al papado, devenido a partir de entonces en didacta del pavor y la penumbra. Prórroga de una antigua configuración teocrática, la tiranía de reyes y señores feudales (llamáranse duques, marqueses, condes, vizcondes o barones) era reflejo del dominio divino en el mundo físico, bajo la atenta mirada de las mitras. Podría decirse que Carlomagno, coronado jefe del Sacro Imperio Romano Germánico por el pontífice León III, en la Nochebuena del año 800, constituyó la primera gelatina de importancia que cuajaba entre Estado y religión desde tiempos de Constantino.

Pero el Cercano Oriente gestaba sus propios revuelos en el siglo I de la era islámica (el VII de la común), con un mercader que recibió de un ángel la orden de recitar. El mercader se denominó profeta, expandió su doctrina con poca delicadeza (digamos, a filo de cimitarra), y dejó la misión de convertir o combatir a los impíos, es decir, a toda la humanidad menos los relativamente pocos seguidores de él por aquellas épocas. Se trataba de Mahoma, polígamo pederasta cuya esposa más joven, Aísha, no superaba los 10 años cuando se consumó su matrimonio, según el consenso de los académicos.

Dos fanatismos: dos infanterías. La inevitabilidad del embate entre el yelmo y el turbante se presenta puntualmente. La matriz dogmática es la misma; cambia la placenta. Tariq, Almanzor, Saladino, Godofredo de Bouillón, Amalarico o Ricardo Corazón de León son algunos nombres que resuenan al congregarse estas palabras: cruz, luna creciente, campo de batalla.

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La novela se complica cuando, siglos más tarde, se confirma el gran partido que puede sacarse de cierta grasa morena, fuliginosa, rebosante de alegría bajo el espacio mediador entre el mar Rojo y el golfo Pérsico. La codicia se pone de pie, y camina en esa dirección.

Con el pretexto de la ocupación de Kuwait por parte de Irak, George Bush padre tuvo la iniciativa de ensayar su propia Normandía en la tormenta del desierto: intervino, manu militari, en defensa de su ración de aceite de roca. No hubo suerte, y, desde entonces, aquella región ha llegado a convertirse en un estreptococo en la garganta del Pentágono.

Diez años después de tal incursión, dos aviones se encontraron con dos atalayas mellizas en un día de pánico, y las hicieron colapsar. Un hijo de Alá, de nombre Usama ben Laden, había condenado a tres mil personas a morir por aplastamiento. Así se incubó un nuevo casus belli en el nido del águila calva: haber soportado la duplicidad de un escombro en su propio terreno. George W. Bush, aconsejado por sus aquilinos generales, decidió entonces que era tiempo de enviar centuriones a ultramar, con objeto de romanizar las Arabias.

Podríamos referirnos a esto como delirio cesáreo. Y, aun con su visible oligofrenia, el segundo Bush logró coaligar a varias armadas para pedirle a Saddam Huséin que dejara de ser dictador. Huséin no tuvo la bondad, y la coalición lo hizo ahorcar después de que a él le salieran liendres cuando se hallaba en su escondrijo. Lo que vino después fue la transacción de dos viscosidades: plasma sanguíneo por un óleo de color azabache.

Si bien es legítimo advertir que ninguno de los Bush era muy amigo de prestar servicio a la concordia, vale decir que el segundo George estaba demasiado encariñado con Bellona (pronúnciese ‘bel-lona’, como dios manda) por mor de los energéticos fósiles. No sería peregrino suponerle un ansia mórbida de que la Casa Blanca amaneciera todos los días con olor a napalm, para que después él se entregase de bruces a la inhalación de vapor de carburante, en la Oficina Oval, a temperatura ambiente. De ser así, esto explicaría la insolvencia cerebral con que aquel cristiano renacido se criaba fama al momento de abrir la boca.

Al final resultará que toda esta violencia es culpa de los caldeos y los asirios, quienes no cavaron pozos petrolíferos ni construyeron refinerías cuando bien podían en su natal Mesopotamia.

La cuna de la civilización también posee la capacidad de arrullar su final, como lo tiene no importa cuál absolutismo y no importa cuál movimiento devoto que sean propietarios de pólvora o barriles de crudo.

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Yerra quien afirme que la organización terrorista Estado Islámico no es ni lo uno ni lo otro, aunque más lo segundo que lo primero. La ideología de este grupo es wahhabista, o, lo que es idéntico: la creencia profunda en que solo sus adeptos son los verdaderos musulmanes; los demás, impostores. En consecuencia, estos últimos son candidatos a morir prematuramente.

En esa latitud, el mismo destino espera hoy a los cristianos, a quienes se persigue con encarnizamiento. Se los señala. Se los ataca. Se los mata. Y, cuando la oportunidad se apersona, se retiene a cualquier reportero (del credo que fuere) desprevenido en el momento y en el lugar equivocados. Estamos al corriente: se pide después un rescate cuya utilidad consiste en seguir financiando el horror.

El astro rey no esconde novedades: grupúsculos de fieles a Mahoma han tomado a creyentes en Cristo como rehenes, de manera intermitente y a modo de praxis lucrativa, ya desde el medioevo occidental. Hablo de aquellos que no son antes pasados por el alfanje o por el AK-47, claro es. Todo lo cual lo autorizan tanto el Corán como los ahadiz[1], y es, por tanto, halal[2].

Reminiscencia: durante centurias, sarracenos y corsarios berberiscos se dieron al secuestro y cautiverio de millares de afiliados a la cruz, y ello como respuesta a la yihad convocada por los vicarios del «Príncipe de Paz» (mejor conocida, esta yihad, con el apelativo pluralista de cruzadas).

Y es aquí donde uno se exige volver al repaso de los monjes trinitarios, quienes, junto con los mercedarios (a menudo sus rivales), tuvieron por cometido la negociación y el pago del rescate de cristianos cautivos en suelo de moros, entre los siglos XIII y XVII. Uno de los redimidos por moneda trinitaria fue aquel hiperespacio de nombre Miguel de Cervantes, esclavo de Hasán III, decimocuarto bajá de Argel, y dicho sea de paso.

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La tercera pieza en el tablero de la piedad la encarna Israel, el más memorable de los nietos de Abraham, quien, a propósito, era oriundo de Ur de los caldeos (de nuevo, los caldeos).

En nuestros días, no es ningún secreto que Israel, el país, perpetra atrocidades contra los palestinos, sean los del Profeta o los del Mesías, que da lo mismo. Lo hace porque está convencido de tener el privilegio divino de ocupar el preciso pedazo de tierra donde fundó su Estado semiteocrático en 1948. En el fondo, las autoridades judías siguen creyendo que su etnia es la única en cuyo ADN se alberga, por apuntarlo de alguna manera, el bosón de Higgs, o sea, «la partícula de Dios». Entre esto y la idea de que la raza aria es superior a todas las otras, hay, cómo no, más semejanzas que divergencias.

La cruel ironía es que un pueblo perseguido, víctima del genocidio más emblemático del siglo XX, se ha convertido en pueblo perseguidor. Desde luego, y sin asomo de la más remota duda, tiene Israel el derecho de existir como nación en un territorio propio; pero con el mismo énfasis lo poseen también sus hermanos semitas, esos parientes pobres a quienes hay que echar de comer aparte.

Aclaremos: aquí no hay buenos ni malos en una reducción maniquea. Aquí hay dos armamentos, cada uno de los cuales jura, como siempre ha sido, que el otro es el verdadero antagonista. La disimilitud estriba en la estatura y en las estratagemas, consideradas legítimas (o no) según el cristal con que se mire.

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Volvamos a Estado Islámico, que amenaza a Rusia. Rusia amenaza a sus vecinos. El camarada Vladímir Putin, otra fiera que pernocta con el clero, babea sobre Ucrania mientras expele sus eructos sobre Europa con un complejo zarista-stalinista. La paz del orbe se debilita con aceleración vertiginosa.

De hecho, Jorge Mario Bergoglio, quien además es el papa, declara que podríamos estar  viviendo una tercera entrega de la saga de las guerras mundiales, solo que repartida en fascículos. Tuvo el acierto de hacer reproches a la industria armamentista y apelar a la calma, aunque no ha movido una pestaña para desplazarse al lugar donde sus correligionarios son perseguidos como parte del menú del día.

En esta coyuntura, hace una semana (15/09/2014), a la organización Catholic League for the Religious and Civil Rights, que hace lobby por la injerencia específicamente católica en la vida política de los Estados Unidos, no se le ocurrió otra cosa que publicar un campo pagado de cinco párrafos en el New York Times, donde arenga al gobernante de su país a irrumpir en la península Arábiga con el ímpetu de las armas. En otras palabras, pide conflagración, a contrapelo de las frases pronunciadas por el suplente de su Cristo.

Traduzco y cito (cuarto y quinto párrafos):

«La administración de Obama tiene que dar, a los kurdos, iraquíes y todos aquellos que estén dispuestos a luchar contra los terroristas, las armas que necesitan para ganar. No peleamos contra criminales; peleamos contra salvajes de Estado Islámico que han cometido actos de guerra. Lo que está en juego es la preservación de la civilización occidental y del etos judeocristiano sobre el cual está construida.

»La Iglesia católica correctamente evita una respuesta militar al conflicto, pero hay momentos en que una “guerra justa” es necesaria. Ese momento es ahora. O las fuerzas de la paz y la libertad prevalecen, o las fuerzas de la muerte y el totalitarismo triunfarán. La comunidad internacional, liderada por los Estados Unidos, debe actuar ahora». Aquí puede leerse el texto íntegro y en su lengua original.

En su Historia Hierosolymitana, el cronista medieval Fulquerio de Chartres recoge la vehemente prédica con que el papa Urbano II, el 27 de noviembre de 1095, convocó a la Primera Cruzada durante el concilio de Clermont. He aquí un fragmento:

«[…] vuestros hermanos que viven en el Oriente requieren urgentemente de vuestra ayuda, y vosotros debéis esmeraros para otorgarles la asistencia que les ha venido siendo prometida hace tanto. Ya que, como habréis oído, los turcos y los árabes los han atacado y han conquistado vastos territorios de la tierra de Romania [el imperio bizantino], tan al oeste como la costa del Mediterráneo y el Helesponto, el cual es llamado el Brazo de San Jorge. Han ido ocupando cada vez más y más los territorios cristianos, y los han vencido en siete batallas. Han matado y capturado a muchos, y han destruido las iglesias y han devastado el imperio. Si vosotros, impuramente, permitís que esto continúe sucediendo, los fieles de Dios seguirán siendo atacados cada vez con más dureza. En vista de esto, yo, o más bien, el Señor os designa como heraldos de Cristo para anunciar esto en todas partes y para convencer a gentes de todo rango, infantes y caballeros, ricos y pobres, para asistir prontamente a aquellos cristianos y destruir a esa raza vil que ocupa las tierras de nuestros hermanos. Digo esto para los que están presentes, pero también se aplica a aquellos ausentes. Más aún, Cristo mismo lo ordena.» [A esta traducción al castellano puede fácilmente accederse en internet. Para leer el texto en su idioma original, el latín, sígase este enlace, que también incluye una versión francesa.]

¿Desemejanza sustancial entre la incitación de la Liga Católica y el llamamiento de Urbano II a la ofensiva? El medio de difusión. Nada más.

Por otra parte, en el siglo XI se podían admitir las imprecisiones, pero no en el XXI, cuando todo el conocimiento de la humanidad flota en la Red y al alcance de cualquiera. Y la organización pagadora del anuncio repite la inexactitud de que la civilización occidental está fundada sobre bases judeocristianas.

Para ser exactos, la civilización occidental se levanta sobre los principios de la democracia, el humanismo panteísta, las artes, la cultura, la legislación y el pensamiento filosófico «paganos» de las antiguas civilizaciones griega y romana.

El etos judeocristiano (más cristiano que judío) no puede excusarse de su responsabilidad de haber librado guerras santas, haber inventado la Inquisición, haber destruido civilizaciones indígenas en nombre de un ser invisible, haber prohibido la libre circulación del saber, haber obstruido la Ilustración, haberse opuesto a la revolución científica, haber fomentado el odio a las mujeres y a los homosexuales, y haber acallado, en fin, todo desapego a su ortodoxia.

Antes, la sumisión al dogma tenía el patrocinio de las hogueras; la incredulidad o el disenso se dirimían en cámaras de tortura dentro de mazmorras ornamentadas con cordones dominicos, y con garrotes y potros de tormento asperjados con agua bendita. Pero viene la Liga Católica e insinúa que su iglesia rehúye la agresión.

El campo pagado lo firma el presidente de esa cofradía, Bill Donohue, quien sostiene, entre otras cosas, que los sacerdotes culpables de abuso infantil no son pedófilos, sino homosexuales; y que los católicos deben velar por la impotencia de los ateos. ¿De risa o de miedo? Quizá solo sean las palabras de un buen hombre que se droga con humo de cirio.

Para volver al cuerpo del texto, demos por sentado que ese asunto de «guerra justa» (un oxímoron) es el asterisco a pie de página del mandamiento «no matarás», y lleva nostalgia por las aventuras de honor caballeresco legitimado en patrias muslimes. En esencia, Donohue es un güelfo que clama por auxilio gibelino en la Florencia de su despacho.

Pero Donohue tiene audiencia. Sus dichos generan ecos, por ejemplo, en el cinturón bíblico de los estados secesionistas, donde muchos son los parroquianos que secundan la defensa del hogar por eficacia de evangelio y escopeta. Se trata de ese sur cristianísimo y racial, cuyo folclor se lleva bien con los capirotes blancos y las cruces ardientes, y cuya buena gente no se ha sobrepuesto aún al hecho de que un mulato (negro, en su opinión) haya ganado la presidencia de su país. Dos veces. Tal vez piensen de Obama ser un señor que procrastina después de obligar a las mujeres a abortar y a los hombres a casarse con otros hombres.

***

¿Quién no es capaz de sentir consternación ante el sanguinario acoso y la criminal cacería de personas, en nombre de algún dios, simplemente por manifestar una identidad distinta de la mayoritaria? Esto lo sabe de sobra la comunidad LGBT, igualmente hostigada en aquellas arenas y excluida como razón para emprender la guerra justa, la cruzada, a que ha convocado la Liga Católica.

Deseo pensar que el eterno retorno es un mito. Me quedo con el deseo. La Historia es propensa a dar vueltas de tuerca en una espiral que parece siempre volver a su punto de partida. Pero no es que la Historia se repita: es que rima consigo misma, y en versos de arte mayor.

 

 

[1] Los ahadiz, plural de hadiz (‘hadith’, en transcripción inglesa) son, de acuerdo con la tradición musulmana, los hechos o dichos del Profeta que no aparecen en el Corán. Los únicos que se consideran legítimos son los llamados qudsí.

[2] Por halal se entienden los objetos, alimentos, prácticas o costumbres permisibles en la ley islámica.

Ramón Urzúa-Navas

Soberanía orgánica con alguna conciencia de sí misma. Habita Sobrevive de momento en Nueva York Chicago, Subsiste indefinidamente en Guatemala (y desempleado). en una de cuyas universidades persigue la obtención de un doctorado donde se plantea seriamente el abandono de la academia. Tiene claro que lo emborrachan la poética, la retórica, la gramática, la filología, la estética, la metafísica, la historiografía, las ciencias, las culturas, los vinos, usted y otros asuntos misteriosos. Ha sido corrector intransigente, catedrático inexperto, traductor plurilingüe, barman ocasional y a veces bohemio, para menor gloria de dios. Aspira a articular alguna coherencia posmoderna mientras cree en un planeta menos bestial. Todo lo demás carece de importancia.

3 Comments

  • Reply October 13, 2014

    Giancarlo Melini

    Me parece muy bueno el texto, hace una fuerte crítica a la forma irracional en las que se fundan las estructuras políticas y religiosas, con muy oportunas pinceladas de datos históricos, además de aclarar con profuncidad acontecimientos contempóraneos que no siempre nos tomamos el tiempo de investigar.

    El estilo del autor es bastante complejo, poético y con vocabulario inecesarimente rebuscado que puede o no disuadir a uno que otro lector que no tenga un léxico tan desarrollado.

    De cualquier forma es un artículo muy recomendable.

    Saludos

  • Reply October 13, 2014

    Giancarlo Melini

    Me parece muy bueno el texto. Hace una fuerte crítica a la forma irracional en la que se fundan las estructuras políticas y religiosas, con muy oportunas pinceladas de datos históricos, además de aclarar con profundidad acontecimientos contempóraneos que no siempre nos tomamos el tiempo de investigar.

    El estilo del autor es bastante complejo, poético y con vocabulario inecesarimente rebuscado que puede o no disuadir a uno que otro lector que no tenga un léxico tan desarrollado.

    De cualquier forma es un artículo muy recomendable.

    Saludos

  • Reply October 13, 2014

    Ramón Urzúa-Navas

    Habla el aludido. Muchas gracias, Giancarlo, por comentar. Es un honor el poder interactuar con otros colaboradores de este maravilloso sitio del ciberespacio. 🙂 Por lo que me toca, debo confesar que ya antes se me ha hecho el mismo comentario sobre el vocabulario “rebuscado” (también cuando hablo). Creo que no puedo evitarlo; de verdad, lo digo sin asomo de jactancia. ¿Qué puedo decirte? Quizás sea una (des)ventaja de leer en varias lenguas y a autores de distintas épocas, qué le vamos a hacer. En lo futuro, dalo por hecho, tendré en cuenta esta observación. De nuevo, gracias mil por tomarte el tiempo de dejar tus comentarios. Saludos.

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