Según el Latinobarómetro (2014), en 1996 había un 25% de evangélicos de diversas denominaciones y tradiciones teológicas en Guatemala, y un 54% de católicos. El restante 21% se repartía entre otras creencias no-cristianas y los no-creyentes. Pasados 17 años, en 2013 las encuestas reflejaron un importante aumento de evangélicos que llegan al 40% de la población, mientras que los católicos se estabilizan cerca del 47% (sólo Uruguay tiene menor porcentaje de católicos en América Latina, pero por su alto nivel de secularización). Por lo tanto, el resto de los no-cristianos disminuyó al 13% en Guatemala, siendo los no-creyentes un 9% del total (incluye ateos, agnósticos y personas que simplemente responden no tener religión alguna).[i]
De acuerdo con registros administrativos del Ministerio de Gobernación (MINGOB), entre los años 1987 y 2013 se aprobaron unas mil quinientas iglesias evangélicas por medio de acuerdos gubernativos (hasta 1993) o con acuerdos ministeriales (a partir de 1993). En otro listado de inscripciones del MINGOB (del 2006 al 2013) aparecen casi cuatro mil iglesias en línea de espera para ser aprobadas. Según el profesor Jesús García-Ruiz, amplio conocedor del fenómeno religioso, en el país fácilmente se superan las 20 mil iglesias evangélicas. No se trata únicamente de numerosos templos distribuídos por el territorio nacional, sino de variadas interpretaciones teológicas de lo que dice la Biblia.
Si dentro de la Iglesia Católica, de tradición centralista y verticalista en cuanto a doctrina, son innumerables las facciones ideológicas y de enfoque, entre las históricas Iglesias Protestantes y las evangélicas encontramos aún mayor diversidad, aunque predominen actualmente las llamadas pentecostales y neo-pentecostales. En pequeños municipios del Altiplano Occidental de Guatemala, con mayoría de problación indígena, se encuentran más templos religiosos que escuelas públicas y centros de atención en salud. Los hay pequeños y modestos, y ahora también se encuentran algunos de dos pisos y fachadas que intentan vincular la prosperidad económica de la congregación con cierta idea de bendición, es decir, como prueba de ser elegidos por su dios. Las iglesias pobres se explican, bajo esa lógica, como equivocadas doctrinalmente o como caídas en desgracia ante los ojos de ese mismo dios.
Desde la movilización por los 500 años del descubrimiento de América en 1992, la espiritualidad maya se ha ido abriendo camino en el imaginario nacional y se ven con mayor naturalidad sus ceremonias públicas y otros ritos que, no obstante, siguen siendo condenados como brujería por las iglesias evangélicas. En Guatemala también se han establecido distintas corrientes del Islam y recientemente se han diversificado las del Judaísmo. Además, hay varios movimientos new age con influencias de Asia, especialmente de la India. Del lado de los escépticos, agnósticos, humanistas seculares, ateos y demás libres pensadores, también ha habido un reagrupamiento, y tímidos esfuerzos de organización para defender la libertad de pensamiento y de expresión, así como para mantener la estricta separación entre el Estado y las creencias.
En este sentido, tanto los no-creyentes, desde su escaso peso electoral, como la otras minorías de creyentes debemos abogar por el Estado laico, el único que pude garantizar una convivencia pacífica ante tal diversidad. Dicho Estado es respetuoso de todos los credos y no favorece a ninguno en detrimento de otros. Es decir, que actúa con la neutralidad que garantiza tanto la libertad religiosa como la increencia. No se trata de un Estado anti-religioso, sino de uno que nos proteje a todos, promueve el respeto a las diferencias y, por lo tanto, la tolerancia entre grupos de ciudadanos con diversas cosmovisiones. Esto es fundamental en sociedades pluralistas, donde la democracia liberal también garantiza derechos a las minorías frente al poder electoral de las mayorías.
Para el Estado laico la Biblia es un libro más de la literatura universal, que debe leerse como se hace con la Ilíada y la Odisea, el Popol Vuh, y el Bhágavad-guitá. En consecuencia, resulta improcedente y anacrónico proponer un Estado confesional que utilice su aparato burocrático para promover una particular visión del mundo. Aunque la Constitución Política de Guatemala inicia con la frase “Invocando el nombre de Dios” no hace referencia a cuál de todos los dioses se está invocando, dejando libertad para la interpretación. Podría tratarse de Yahveh o Jehová, Allah, o de Zeus, Júpiter, Shiva, Itzamná, Chaac o Ixchel, entre cientos de posibilidades. Incluso podría ser la metáfora no teísta que utilizan los científicos, especialmente en cosmología, y que nada tiene que ver con una deidad creada a nuestra imagen y semejanza, con la cual se fantasea es posible tener una relación personal.
Finalmente, los valores de la cultura ciudadana para una convivencia armoniosa que parecen estar ausentes en nuestra sociedad, no provienen de la Biblia, ni de ningún libro supuestamente revelado por extraterrestres. La empatía es natural en nuestra especie, como lo son el sentido de justicia y la consecuente solidaridad con el más débil. No obstante, su aplicación depende de diversas circunstancias, como el número de personas con las que interactuamos (en pequeños grupos se facilita el control social, y el respeto de sus convenciones y normas), o los incentivos que se enfrentan, así como de la calidad del coordinador que contribuye a superar los problemas de acción colectiva. En este último caso nos referimos al Estado y a su capacidad de aplicación de las reglas formales, las leyes.
Leer obligatoriamente la Biblia en todos los centro educativos del país, públicos y privados, creyendo que con eso saldremos adelante como sociedad es equivalente a creer que con las oraciones de todas las miles de iglesias en el país se podrá terminar con la violencia, el hambre, la pobreza y la injusticia. ¿Cuánto tiempo más necesitan para darse cuenta que su experimento de cambio social ha fracasado? Las iglesias seguramente satisfacen algunas necesidades psicológicas como el sentido de pertenencia y la consecuente identidad grupal, facilitaran redes de ayuda económica o emocional, pero no pueden resolver los problemas macrosociales. Por ello es que la idea de dios debe quedarse a nivel íntimo, y no llevarse a la arena política, especialmente porque sus diversas interpretaciones y sus implicaciones morales pueden llevar a confrotaciones, incluso violentas, como atestigua la historia.
Son el conocimiento científico y el razonamiento crítico los que deben iluminar la política pública basada en evidencia, lo cual requiere de una burocracia y una tecnocracia bien preparadas y remuneradas. Los políticos, por su parte, deberían gobernar en apego a los principios de la democracia liberal antes mencionados, evitando caer en la manipulación de los sentimientos religiosos. Las teocracias siguen siendo una amenaza, especialmente en contextos donde se conjuga la ignorancia y el fanatismo religioso, que sería la única manera obtener legitimidad para gobernar. Por ello, para sostener la democracia liberal en un Estado laico es necesario que la educación esté aislada de todo tipo de influencias religiosas. AMÉN.
[i] Corporación Latinobarómetro (2014). Las religiones en tiempos del Papa Francisco.
Luis Laparra
Qué gran contrandicción se plantea en este artículo. Primero habla el gran porcentaje de población creyente. Y luego propone dejarlos al margen de las decisiones. El conocimiento científico y el razonamiento crítico están bien pero… acaso está población no puede iluminar con su creencia la política pública. No sólo son sentimientos religiosos, son también actitudes y maneras de pensar.
Oscar G. Pineda
Nadie propone dejar a alguien al margen de las decisiones políticas por ser católico, cristiano o mormón, pero no se puede tomar en serio una postura del tipo “El matrimonio homosexual debe de ser prohibido porque la Biblia dice…” o “No debe de permitirse la eutanasia porque Jesús dijo…” Esas bien pueden ser las razones por las que yo creo que ambas cosas deben de legislarse de esa manera pero si quiero proponerlas como políticas públicas voy a tener que dar argumentos seculares que todos, creyentes o no creyentes, podamos debatir.
Moisés Berducido
La Constitución de la República invoca el nombre de dios, pero no es explícito si es Allah, Yahvé, Odin o Zarastrusa. Es absolutamente libre, podría ser también la “fuente de Vida”, “Gaia”, “la fuerza de voluntad”, el dios metafísico de Einstein, et. Demonios, yo no creo en un dios todopoderoso y eterno, pero sí en Lionel Messi como el dios del fútbol, podría invocarlo a él en todo caso.
En definitiva, hasta en eso nuestra Asamblea Nacional Constituyente se adelantó a los hechos. El estado de Guatemala no promueve, protege o discrimina a ningún culto, toda vez esté amparado en el margen legal, ni le prohibe actividad, siempre y cuando respete.
Lo cierto es que nuestras capacidades de empatía, conciencia social, imaginación, justicia o sinceridad no vienen de una serie de mitos, sino de nuestra propia naturaleza. Respeto a los creyentes, pero no soporto su magnificción de sus doctrinas.
Eduardo Jerez
Aumentaron los cristianos y los no creyentes también, revise la fuente (Corporación Latinobarometro) y la leí cuidadosamente y si bien los cristianos pasaron del 79 % al 87 % entre 1995 y 2014, los no creyentes pasaron de 6 % al 9 % (habiendo un 13 % en 2007), mientras las otras religiones cayeron del 14 % al 3 % en el mismo periodo, eso quiere decir que tanto el catolicismo como practicantes del islam, hinduismo, budismo, judaísmo, zoroastrismo, masonería y religiones mayas disminuyeron, crecieron tanto evangélicos como no religiosos.
Andrea
Pienso que como creyentes deberíamos esforzarnos por entender otras formas de pensamiento y tolerar más, todo para el bien común, y defender nuestra postura con un argumento más secular, o basado en la evidencia científica, de tal forma que todos hablemos el mismo idioma. Tiene toda la razón, no es válido argumentar según lo que dice tal texto sagrado… porque ese texto sagrado no es de todos ni es un libro científico. Creo que la solución radica en la forma en que nos defendemos o nos expresamos en sociedad, es decir deberíamos dar argumentos fundamentados en la evidencia científica sin dejarnos de identificarnos como creyentes, que la sociedad sepa que tenemos una opinión de fé argumentada también en la evidencia científica.