La menstruante yihad y la Biblia intrusa (III)

Virtuosa beligerancia la islamita: su menstruo ha comenzado a prolongarse mucho más allá de lo advertido. En él viene ahogando a sus lunas con el fin de que emerja una sola: la hemofílica Creciente. En la misma noche, si te ha tocado en desventura ovular en un reino wahhabista, estás expuesta a recibir una sentencia de doscientos latigazos y seis meses de encarcelamiento, merced a tu denuncia pública del acceso carnal que contra tu voluntad cometieron en tu cuerpo siete machos al unísono. Así de hospitalaria es la sharía.

Por aparte, han cabalgado ya muchas calendas por el ancho globo desde que a los autores de la Biblia —ese parnaso de machismo tribal y de mar Muerto— se les deslizaban sutilezas como las siguientes, que son una mínima mostra di Venezia en materia de arrogancia ante la vulva:

  • «Prefiero morar con un león o un dragón a habitar con una mujer maligna» (Eclesiástico 25, 23),
  • «La maldad de la mujer demuda su rostro y hace su semblante como de oso; su marido, sentado entre amigos, sin quererlo, solloza amargamente» (ibídem 24),
  • «Ligera es toda maldad comparada con la maldad de la mujer; caiga sobre ella la suerte de los pecadores» (ibíd. 26),
  • «Esclavitud, ignominia y vergüenza es la mujer que domina al marido» (ibíd. 29-30),
  • «Manos flacas y rodillas débiles tiene el marido a quien su mujer no hace dichoso» (ibíd. 32),
  • «Por la mujer tuvo principio el pecado y por ella morimos todos» (ibíd. 33),
  • «Si [la mujer] no va de tu mano, sepárala de ti» (ibíd. 35),
  • «Yunta de bueyes inquietos es la mujer mala; tocarla es como coger un escorpión» (26, 10),
  • «Un don de Dios es la mujer callada, y no tiene precio la discreta» (ibíd. 18),
  • «La mujer desvergonzada desconoce la vergüenza; la honesta tiene vergüenza aun de su marido. La desvergonzada debe ser tratada como un perro; la que tiene vergüenza teme al Señor» (ibíd. 30-31),
  • «El disputar de la mujer es pasajero; es una fiebre ligera» (ibíd. 33),
  • «[Como en todas las iglesias de los santos,] las mujeres cállense en las asambleas, porque no les toca a ellas hablar, sino vivir sujetas, como dice la Ley. Si quieren aprender algo, que en casa pregunten a sus maridos, porque no es decoroso para la mujer hablar en la iglesia» (1 Corintios 14, 34-35),
  • «Asimismo que [oren] las mujeres, en hábito honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con obras buenas, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad» (1 Timoteo 2, 9-10),
  • «La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues el primero fue formado Adán, después Eva. Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión» (ibíd. 11-14).

(Todas las citas proceden de la versión Nácar-Colunga).

Y a pesar de la distancia espacio-temporal que a todos nos separa ya de estos venerables gargajos en la faz de la inteligencia, la cabalgata de divina misoginia sigue su andadura en nuestro tiempo. Vaticanamente. Protestantemente. Musulmanamente.

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Si yo fuese mujer y madre, y supiera que mis hijos serían iniciados en esa joyería del saber desde su tierna época escolar, y aun defendiera yo esta instrucción, entonces no tendría inconveniente en que algún profesional de la salud mental diagnosticase lo mío como síndrome de Estocolmo… Funesto efecto, este, de siglos y siglos de versículos o de aleyas en el centro del hogar, en el centro del palacio y en el centro del estrógeno.

El autoconvencimiento de una pretendida inferioridad con que una hembra humana puede llegar a vivir, por siempre y para siempre, es el penoso aguinaldo de una cosmovisión religiosa de índole patriarcal y heteronormativa.

Excepciones habrá, pero la línea dominante del cristianismo y del islam (e incluso del judaísmo) no está enemistada con la segregación de los sexos. Antes bien, la preeminencia del testículo sigue siendo generosa consigo misma, y no es precisamente harapienta en su túnica teísta.

¿Cómo interpretar, si no, que la Santa Sede/Ciudad del Vaticano sea uno de los poquísimos Estados no signatarios de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, es decir, la carta de derechos humanos de las personas de sexo femenino, adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1979? Lógico es: rubricarla habría supuesto para Roma la admisión de señoras en el sacerdocio, lo cual perturbaría la detestable necedad de su doctrina.

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Pero el obispado de Francisco está en muy buena compañía: también ven con desprecio a la mujer la República Islámica de Irán, la República Federal de Somalia (de mayoría musulmana), la República de Sudán del Sur (de mayoría cristiana), la República de Sudán (de mayoría musulmana) y el Reino de Tonga (de mayoría cristiana), regímenes que se siguen negando a la signatura del instrumento. ¿Coincidencia?

No solo eso. Como quizá se recuerde, a principios de septiembre de 1995 se celebró en la capital de la República Popular de China la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, que culminó con la declaración de la Plataforma de Acción de Pekín (Beijing). Este documento fue aprobado con miras a asegurar la igualdad entre los géneros, en todas sus aristas. Tal cual era de preverse, varios países expresaron sus reservas por escrito. ¿Y podría pasmar que desde el trono de Pedro se manifestasen recelos una vez más? Ingenuo sería creer que no.

Así, en el capítulo V, párrafo 11 del informe final, la delegación del jefe vitalicio del Estado vaticano, a la sazón, Karol Wojtyla, externó escrúpulos góticos como los que siguen (énfasis mío):

  • «La Santa Sede no se une al consenso sobre la totalidad de la sección C del capítulo IV [“La mujer y la salud”], en relación con la salud; desea formular una reserva general con respecto a toda la sección», por considerar que en esa sección «se dedica una atención totalmente desproporcionada a la salud sexual y reproductiva en comparación con las otras necesidades de salud de la mujer, incluidos los medios de hacer frente a la mortalidad y la morbilidad maternas. Además, la Santa Sede no puede aceptar la terminología ambigua en relación con el control irrestricto sobre la sexualidad y la fecundidad, especialmente porque podría interpretarse como un respaldo social del aborto y la homosexualidad
  • »La Santa Sede no se une al consenso y formula una reserva con respecto al inciso f) del párrafo 232 en su referencia a un texto (párrafo 96) sobre el derecho de la mujer a “tener control sobre las cuestiones relativas a su sexualidad”. Esta expresión ambigua puede entenderse como un respaldo a las relaciones sexuales fuera del matrimonio heterosexual
  • »La Santa Sede entiende la palabra “género” sobre la base de la identidad sexual biológica, masculina o femenina. Además, en la Plataforma de Acción misma se utiliza claramente la expresión “ambos géneros”.«
  • »La Santa Sede excluye así las interpretaciones dudosas basadas en puntos de vista dudosos por los que se afirma que la identidad sexual puede adaptarse indefinidamente con fines nuevos y diferentes
  • »La Santa Sede solo puede interpretar expresiones tales como el “derecho de la mujer a controlar su propia sexualidad”, el “derecho de la mujer a controlar su propia fecundidad” o “las parejas y los individuos”, como referentes al ejercicio responsable de la sexualidad dentro del matrimonio
  • »La Santa Sede no apoya en modo alguno los anticonceptivos o la utilización de preservativos, ya sean como medio de planificación de la familia o en programas de prevención de VIH/sida».

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No sé yo en qué caracoles estarían pensando los criados del patriarca de Occidente cuando mencionaron una adaptación indefinida de identidad sexual. ¿Qué es adaptación indefinida? ¿Una mutación perpetua, constante y sostenida de agrados sensuales, tal vez experimentados por una misma persona? Que se sepa, nadie promueve tal cosa. Vaya maraña mental, dios mío. Estas son las secuelas de reprimir hasta el paroxismo —y por dos millaradas de años— un aspecto básico y sano de la naturaleza humana.

¿Y negar que los condones coadyuvan a disminuir los contagios de VIH en lugares tan vastos como el continente africano? Criminal. Que pese cien mil veces sobre el catafalco de Juan Pablo II y el ocio rezandero de Benedicto XVI todo el sufrimiento de las víctimas pandémicas del sida, por la descomunal imbecilidad vaticana de oponerse a una forma realista de prevenir la transmisión de aquel virus mortífero. Y así está el patio. A todo individuo católico con alguna noción cívica debería susurrársele al oído: «Hijo, he ahí a tu madre».

A esta luz, no resulta llamativo que la Sede Apostólica haya sido uno de los dos Estados que incluyeron explícitamente el sustantivo «homosexualidad» en sus reservas documentadas en la Plataforma de Acción. El otro Estado fue Malasia —de mayoría muslime, comme il faut—: «[…] deseamos hacer constar que la aprobación del párrafo 96 no significa que el Gobierno de Malasia apoye la promiscuidad sexual, ninguna forma de perversión sexual o la conducta sexual basado [sic] en la homosexualidad o el lesbianismo».

Viene bien indicar que el Código Penal (civil) de Malasia castiga con escarmientos corporales y hasta veinte años de prisión el delito de «sodomía». Los ciudadanos islámicos, además, pueden ser procesados y condenados en tribunales de fuero especial.

Por si insuficiente fuese, en 2001, el entonces primer ministro de aquel país, Mahathir Mohamad, declaró que su gobierno deportaría a cualquier funcionario extranjero gay; y, en 2010, su Comisión de Censura de Películas anunció que solamente toleraría la representación de personajes homosexuales en caso de que se arrepintiesen o se volviesen heterosexuales (contra toda evidencia científica) al final de la trama fílmica. Si el cine ya es una proyección de simulacros, esto llega a ser su binomio cuadrado perfecto con el simulacro de cambio de orientación sexual.

***

Por su parte, la enviada de la Guatemala feliz, también exponente de reservas en relación con derechos femeninos, dejó en ese entonces constancia de esta postura (hincapié mío):

«[…l]a aplicación de dichas recomendaciones [de la Plataforma de Acción] se hará de acuerdo con las prioridades de desarrollo de nuestro país y respetando plenamente los valores religiosos, éticos y culturales, así como la convicción filosófica de nuestro pueblo multiétnico, multilingüe y pluricultural y de forma compatible con los derechos humanos internacionales universalmente reconocidos».

[…]

«En apego a los criterios éticos, morales, legales, culturales y naturales de la población guatemalteca, [el Gobierno de Guatemala] interpreta el concepto de género únicamente como género femenino y género masculino para referirse a mujeres y hombres y se reserva la interpretación de la expresión “estilo de vida”, por no estar claro su significado en estos documentos».

A eso, compatriotas, se dedican nuestros diplomáticos cuando el aserrín de alfombra cuaresmal penetra demasiado hondo por las fosas nasales hasta alcanzar la corteza cerebral. Y su salario lo pagamos entre todos, sin importar si compartimos o no la «ética», la «moral» o la «convicción filosófica» con las que se atreven a decir que nos representan.

No lo perdamos de vista: cuando acaba de celebrarse el Día Internacional de la Mujer, en el año 2015 de la era común, a toda dama que reconquista su fisiología y lo celebra sin marido se la tilda de hedonista. Si está realizada sin descendencia, va contra su instinto y eso es egoísmo. Si es lo bastante aventurera como para insistir en la equidad de género y hacer campaña por ello, se la tacha de «feminazi» (digo esto sin la más microscópica molécula de exageración; lo he visto y oído hasta en el lugar donde subsisto).

Y si ella desea cultivar sus potencias humanas en el exterior del reducto casero, se le restan puntos en la estima de la moral pública y fálica, porque es más noble ver a cómo está la libra de pollo y subir a tender.

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—Me violaron.

—Merecido se lo tiene. ¿Qué son esas coqueterías de andar con el pantalón tan pegado o con esa minifalda tan provocadora o con el pecho tan descubierto? ¿Quién la manda a usar libremente su albedrío para vestirse como le dé la gana? Impúdica: su apariencia ofende las buenas costumbres. Sea más responsable, ¿quiere? Luego no se queje cuando a alguien se le antoje satisfacerse con usted sin su permiso.

—Perdone. Creía yo que en otro ser humano encontraría una pizca de compasión para la víctima.

¿Ya ves lo que te pasa por insolentarte con mi religión, malparido cerdo? ¿Ves dónde estás por no jugar según mis reglas? Ahora estás muerto y enterrado, y escupo sobre tu tumba. Soy yo el que decide qué es y qué no es humor y de qué manera lo podés manifestar. A mí me tiene sin cuidado si los estatutos de este país protegen la libertad de expresarte o si este Estado es laico o no. Solo mi dios es grande y a mi credo lo respetás, maldito infiel. Y lo mismo va para otros que se atrevan a ejercer ese derecho a emitir sus pensamientos.

—Me asesinaron.

—¿Por qué?

—Porque mi oficio era ser satirista del poder, de todos los poderes, incluido el religioso.

—Pues usted tiene la culpa. No se puede ir por la vida satirizando a los poderosos en una sociedad abierta. Y encima lo hacía usted con un gusto muy cuestionable. Hasta el papa afirma que es normal reaccionar con ímpetu, aunque diga condenar el crimen mediante el cual fue usted martirizado.

—Dispense. Siempre pensé que dar la cara y hacerme cargo de mis actos sin infringir la ley eran suficientes credenciales para ser considerado un buen ciudadano. Qué equivocado estaba yo, excúseme. Ahora lo sé, pero ya no estoy para contarlo.

«Stéphane Charbonnier, el director del semanario [Charlie Hebdo], fue ultimado hoy en la matanza. Está muy mal que no haya entendido el papel que él desempeñó en su trágica muerte. En 2012, cuando se le preguntó por qué insultaba a los musulmanes, él dijo: “Mahoma no es sagrado para mí”. De no haber sido tan narcisista, podría estar todavía vivo». Bill Donohue, presidente de la ultraortodoxa Catholic League for Religious and Civil Rights. Muslims are Right to be Angry, 7/1/2015. (Traducción mía; original,  aquí).

Entramos ya derrotados en la lid cuando consentimos que sean los verdugos y agresores quienes dicten las normas de conducta, o cuando, en nombre de un debatible afán nivelador, procuramos relativizar sus delitos u ofrecer explicaciones a medio hornear porque hay que tener maneras.

El salafismo combatiente no solicita del mundo exquisiteces en la plástica ni saludos pomposos del cortejo de Luis XV: le exige someterse de bruces a su declarado califato, sin claroscuros, y con el incentivo del degüello o la masacre. Nos mataría igual (e incluso a sus propios correligionarios), hubiera o no caricaturas.

Y aun si en la pasarela de la Biblia no está hoy de temporada revestirnos de adoquines lanzados por los justos, ni llevarnos de excursión a la alameda genocida, ni seguir inspirando la tecnificación de la tortura —puesto que el Altísimo nos quiere en su gloria—, corremos el riesgo de criar fanatismos y engendrar ofuscamientos si permitimos que, por fíat congresual, las dichas escrituras se adentren en las salas de enseñanza laica.

Continuará…

 

Ramón Urzúa-Navas

Soberanía orgánica con alguna conciencia de sí misma. Habita Sobrevive de momento en Nueva York Chicago, Subsiste indefinidamente en Guatemala (y desempleado). en una de cuyas universidades persigue la obtención de un doctorado donde se plantea seriamente el abandono de la academia. Tiene claro que lo emborrachan la poética, la retórica, la gramática, la filología, la estética, la metafísica, la historiografía, las ciencias, las culturas, los vinos, usted y otros asuntos misteriosos. Ha sido corrector intransigente, catedrático inexperto, traductor plurilingüe, barman ocasional y a veces bohemio, para menor gloria de dios. Aspira a articular alguna coherencia posmoderna mientras cree en un planeta menos bestial. Todo lo demás carece de importancia.

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