Una encíclica ecohipócrita, una expedición anodina y una carta oportuna

Otros años han testificado que el Motagua era tu tumba. En este almanaque, la tumba se puede encontrar en La Pasión, bondad que dispensan un pesticida caníbal y una agricultura monográfica.

Acabamos de ser testigos de la pasión según peces sin vida, y de la pasión según comunidades cuya supervivencia sin recursos fluviales es poco menos que ilusoria.

¿Quiénes, desde su voracidad oficinista en una zona de opulencia, son los responsables de esta hecatombe natural? Desde luego, no son los cartagineses. Hay sangre derramada en lagrimales porque esto mueve a dolor y tristeza: en sustancia, eso es lo patético. Es un patos sin etos, un tánatos sin eros.

Conozco a varias personas que podrían dar la impresión de colocar en ese nivel de patetismo los fallos ortográficos de otros muchos individuos. Si me lo permiten, estimados míos, están orinando en el poste equivocado: que se sepa, no hay prisión para quien viole las reglas surgidas en la bañera del idioma común.

Yo arropo la esperanza de ver en Guatemala, varias veces en el tiempo, corbatas y trajes príncipe de Gales cambiados en uniformes de recluso. Y podría lo mismo esperar a Godot, como en la obra de Beckett, o pasar en vela la noche en espera de la Gran Calabaza, inspirado en Charlie Brown.

Ya volverán las oscuras golondrinas. De momento, se debe contender con ecocrímenes. Y absuelvan ustedes esta clonación de lo trillado: la ya no tan eterna primavera nacional —y no hablo de los plantones cívicos (que, por lo demás, no serán eternos)— nos dejará en la soledad de la loma si no debilitamos de inmediato nuestro poder adquisitivo de la ruina. De la ruina de los hábitats. De la ruina de un entorno esmeraldino.

Y no somos los únicos. Es de veras tautológico decir todavía, a estas alturas del encuentro, que el tercer planeta a partir del Sol ha pasado de implorarnos a exigirnos el abandono de esa maña inmoderada de meterle mano en partes pudendas, y que dejemos de echar ídem de nuestra función reproductiva hasta elevarla a lo sagrado —como pretenden los admiradores de las liebres en una sede mercadeada como santa—.

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Jorge Bergoglio, transfigurado en el papa Francisco, se acaba de dar cuenta de la devastación ecológica de clase mundial, y cierra con parsimonia la mano bajo el mentón. Se levanta el solideo, se rasca la cabeza y delibera que será muy comedido el gesto de lanzar a la imprenta y a las ciberesferas una encíclica llamada Laudato si’ (‘Alabado seas’).

«Laudato si’…»: así comienza la cuarta estrofa del bello Cántico de las criaturas, del santo de Asís, ese de los estigmas, ese que levitaba, quien hizo de la mendicidad un estilo de vida y cuyo alias adoptó el arzobispo de Buenos Aires como nombre de batalla, minutos después de que el Espíritu Santo le pusiera el papado a su discreción.

El quid epistolar es el siguiente —parafraseo—: en calidad de mayordomos de la «Creación», se nos confía la tutela de la savia y la hemolinfa, del metal y de la nube.

Ahora bien, si se elimina el componente mitológico (todas las religiones patentan un mitologema de creación), lo que resta es axioma, es decir, una premisa tan palmaria y cristalina que se acepta sin exigencia de pruebas. El axioma aquí es que somos culpables de emporcar y destruir en colectivo esta parcela del Sistema Solar. ¿Se inclina alguien por la duda?

Eso mismo hace que la encíclica de marras sea incontestable en su inclusión de verdades como puños: básicamente, viene a decir su santidad el porteño que nos estamos cagando en el planeta, tanto en el plano figurado cuanto en el plano factual, y que no nos columpiemos.

¿Y no llevan sosteniendo esto, por decenios, los mal llamados «ecohistéricos» y sin autodenominarse sucesores de san Pedro? Es que ese es exactamente el sinople heráldico en la nobleza del movimiento ecologista, y no se necesita serlo —aunque debemos— para dejarnos impregnar de su certeza. Si uno no comprende algo tan simple, podría muy bien decirse que uno exhibe un cráneo mineral.

Por lo demás, les ahorraré a ustedes la digestión de las más de ochenta páginas del «novedoso» manifiesto pontificio, accesible en la página web del Vaticano. Se trata de un amasijo cantinflesco de ambientalismo medieval con teología verde, y con una perpetuamente reciclada pasta de magisterio autorreferencial que es la materia constitutiva de todos estos documentos. Estoy a punto de llorar de la pura somnolencia.

Pero de súbito me sacuden las salvas y el aplauso mediáticos, acríticos, en honor de lo obvio. Se ovaciona a un super-cool ecopontífice que sale a pasear con Perogrullo por los campos de este asunto, donde solo hace falta tener dos neuronas capaces de hacer fricción recíproca para poder dimensionar la proximidad de nuestro ocaso en el ecúmeno.

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Hasta aquí, a pesar de la demagogia, son las once y todo sereno. Pero el inconveniente no es la demagogia, no: es la incongruencia y es la hipocresía.

No se puede hablar de disminuir el consumo de riquezas naturales cuando uno está sempiternamente predicando una procreación compulsiva que lleve a formar familias numerosas. A mayor población, mayor demanda de insumos y mayor agotamiento de recursos. ¿Eran cuántos los dedos de frente?

Con más de siete mil millones de habitantes que se devoran el orbe (o nos lo devoramos) igual que una tropa de hormigas se devora animales más grandes, con el avance inmoderado de la frontera agrícola, con el líquido vital potable cada vez más escaso, hace falta ser o muy mentecato o muy obcecado para sostener en este siglo la vigencia del presunto plan de una deidad de la Edad del Bronce, el cual consiste en que nos multipliquemos. Más y más. Y no ya en proporción aritmética ni geométrica, sino logarítmica.

¿Admitirá esto algún día el vicario de Cristo? Es más factible ponerse a matraca con él en una playa nudista.

Tampoco se puede afirmar que, «[s]obre muchas cuestiones concretas[,] la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones» (Laudato si’, I, 61, énfasis mío), y al mismo tiempo tener, por ejemplo, un catecismo tajante en afirmar que la homosexualidad es una inclinación «objetivamente desordenada», cuando la ciencia claramente desmiente que lo sea.

¿Y con qué cara afirma Bergoglio que «[q]uienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso» (ibídem, II, 65), cuando a los defensores de la dignidad de las personas LGBT (lesbianas, gais, bisexuales o trans) la Iglesia se cansa de llamarlos lobby, y la mismísima fe cristiana mantiene que no heredarán el Reino de los Cielos?

No se puede tampoco certificar que Dios tiene un plan para todos y luego decir que los matrimonios entre personas del mismo sexo «desfiguran el plan de Dios para la Creación», como ladró el argentino en Filipinas, el 16 de enero del año en curso.

¿En qué quedamos? O Caifás o José de Arimatea, pero no se puede ser los dos al mismo tiempo, señor mío.

La hipocresía tiene también un rostro emérito, y reinó en su momento como Benedicto XVI. Dos días antes de la Nochebuena de 2008, en la Sala Clementina del Vaticano, ese personaje declaró lo siguiente:

«[La Iglesia t]iene una responsabilidad con respecto a la creación y debe cumplir esta responsabilidad también en público. Al hacerlo, no sólo1 debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. También debe proteger al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que haya algo como una ecología del hombre, entendida correctamente. Cuando la Iglesia habla de la naturaleza del ser humano como hombre y mujer, y pide que se respete este orden de la creación, no es una metafísica superada. Aquí, de hecho, se trata de la fe en el Creador y de escuchar el lenguaje de la creación, cuyo desprecio sería una autodestrucción del hombre y, por tanto, una destrucción de la obra misma de Dios.

»Lo que con frecuencia se expresa y entiende con el término “gender”, se reduce en definitiva a la auto-emancipación [sic] del hombre de la creación y del Creador. El hombre quiere hacerse por sí solo y disponer siempre y exclusivamente por sí solo de lo que le atañe. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador. Ciertamente, los bosques tropicales merecen nuestra protección, pero también la merece el hombre como criatura, en la que está inscrito un mensaje que no significa contradicción de nuestra libertad, sino su condición. Grandes teólogos de la Escolástica calificaron el matrimonio, es decir, la unión de un hombre y una mujer para toda la vida, como sacramento de la creación, que el Creador mismo instituyó y que Cristo, sin modificar el mensaje de la creación, acogió después en la historia de la salvación como sacramento de la nueva alianza» (Discurso del santo padre Benedicto XVI a la Curia Romana con ocasión del intercambio de felicitaciones por la Navidad, 22/12/2008, énfasis mío).

En síntesis, la multinacional del crucifijo, por lengua de Joseph Ratzinger, opina que regularizar los derechos maritales de un sector demográfico minoritario pone en peligro la conservación de la completa humanidad, tanto como lo hace el imparable destrozo de la Amazonia y del Petén, y que por eso tiene su iglesia la responsabilidad de oponerse a aquel acto de justicia. Si no se acepta esto, se está destruyendo la Creación. Y feliz Navidad. Ay, don Benedicto, su ronco acento era un canto de amor, ropo pom pom, ropo pom pom.

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Para ser un anciano virgen, Ratzinger dedicó un considerable tiempo de su pontificado a frecuentar el mismo mensaje. De aquí podría inferirse que quizás haya experimentado un recóndito temor a que un pene no eyaculase varias veces en lo profundo de una vagina, a efecto de fecundar óvulos y sin asistencia médica alguna, pero únicamente después de que un señor de vestido largo recitara un conjuro para acoplar vitaliciamente a los dueños de aquellos órganos.

¿Y cómo pudo en su día Karol Wojtyla, protector de pederastas, aseverar que la idea de igualdad entre hombres y mujeres era una «nueva ideología del mal»? ¿Qué es esto? ¿Es que para ser obispo de Roma es necesario presentar un doctorado en misoginia y homofobia?

Centurias lleva el papel de la mujer limitado al «carisma» de madre y sirvienta del varón a ojos de esta gente. Y se podría muy bien caracterizar también a esta gente como la única jerarquía de moralismo occidental cuyo tratamiento a la población LGBT parece mostrarle menos «respeto, compasión y delicadeza» que a un pollo de granja.

Para infortunio de la homofobia religiosa, tres pasos después de Irlanda, llega ahora una homérica decisión de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, organismo que, aunque imperfecto, se instala otra vez en el lado correcto de la Historia.

Reconoce como la copa de un pino el derecho inalienable que a dos adultos, independientemente de su género y sin previa cognación, les garantiza la posibilidad de compartir de mutuo acuerdo sus vidas en una unión robusta y honrada por el Estado, con todos los privilegios y obligaciones que ello implica.

La única espuma observada, salvo la del champán, procede de las glándulas salivares de una rabia teocrática que en el país de Abraham Lincoln responde mayoritariamente al nombre de cristianismo. Braman sus vocalistas, y no de alegría.

A inmensas porciones de sus fieles les son muy indiferentes la violencia doméstica, el abuso infantil en el hogar o los casamientos arreglados.

Lo que les repatea es que las uniones formales entre gais se llamen matrimonio. Lo que les fríe la sangre es ver a dos hombres caminar de la mano sin ningún remordimiento. ¿Y por qué deberían tenerlo? «No se puede vivir con tanto veneno», les recuerda a los coléricos incluso la caprina voz de Shakira.

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En los meandros de la gramática, donde servidor ha deambulado por algún tiempo, existen formas de referirse a uno mismo que son distintas de la primera persona del singular. Se puede hacer en tercera, como acaba servidor/acabo yo de poner en el pequeño tapete del inicio de este párrafo. Y se puede en los plurales.

Está, por ejemplo, el plural mayestático, que históricamente ha sido reservado a los monarcas —obispos de Roma incluidos—: digo nosotros cuando quiero decir yo, a fin de sentar mi majestad sobre todos mis vasallos.

Está el plural de modestia, que cumple la función del mayestático, pero con un giro de teatralidad: digo asimismo nosotros cuando quiero decir yo, solo que para no figurar como egotista.

Y está el plural sociativo: digo nosotros cuando en realidad quiero decir ustedes y vosotros, que no yo.

Desde este rincón, también atisbo un plural más: uno de tercera persona cuando quiero en rigor designar a la primera en singular. Y en ese plural me he venido refiriendo a la comunidad LGBT, con el único fin de tomar distancia y acariciar la ficción de la objetividad (sarcasmos aparte) al hablar de aquel sector demográfico.

Sin embargo, la objetividad, al ser ficticia, es por definición inexistente en las así dichas realidad-real y verdad-verdadera.

Tomen esto, si lo desean de mi parte, como una anodina expedición fuera del sitio donde se guarda la ropa, bien que jamás haya estado yo en su interior si exceptúo la infeliz adolescencia. Nunca he negado mi identidad al cantar el gallo.

U objetividad o realidad: tal ha sido mi disyuntiva al dar al público mis textos. Y he concluido en mi imposibilidad de ser objetivo con cada ocasión abordadora de un tema particular que me afecta directamente. El asunto se vuelve personal. Y lo aclaro en previsión de que la objetividad se vuelva en lo futuro aún más ficticia, y yo, menos creíble.

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Dicho eso, y con independencia del malditamente deplorable accionar estadounidense en suelo guatemalteco, debo exteriorizar que me insuflan ánimos los recientes triunfos de Irlanda y Estados Unidos en lo tocante a sus respectivas ciudadanías LGBT (triunfos que antes lo fueron —alfabéticamente— de Argentina, Bélgica, Brasil, Canadá, Dinamarca, Escocia, Eslovenia, España, Finlandia, Francia, Gales, Groenlandia, Inglaterra, Islandia, Luxemburgo, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Portugal, Sudáfrica, Suecia, algunos Estados mexicanos y el reconocimiento de todos los matrimonios en Israel y Malta).

Chile también nos trajo en América Latina más aires de optimismo cuando les reconoció a sus minorías sexuales el derecho a la unión civil el recién pasado 28 de enero.

Y la bella Italia del sodomita Leonardo da Vinci tiene en sus manos un proyecto de ley de uniones civiles a punto de ser aprobado. Pero el Vaticano no cederá con tanta desenvoltura su dominio sobre la península desde la cual irradia su influjo, y ya mueve multitudes en contra de aquel esfuerzo legal.

«Family Day». Así se llamó la marcha que, el 20 de junio último, inundó las calles de Roma, y se nutrió en gran parte por el movimiento Manif pour Tous, ‘manifestación para todos’, de origen francés, y que dice defender a la «familia tradicional» (¿defenderla de qué?). Cada vez que se lea pro-«familia tradicional», se debe en realidad leer «antigay», por más que lo nieguen el Opus Dei y machismos afines.

Por lo tocante a Manif pour Tous, baste decir que su jefa de filas original, la comedianta y escritora Frigide Barjot (‘Frígida Loca’, parodia del nombre de la icónica Brigitte Bardot), abandonó hace más de un año la batuta por considerar que su colectivo se había radicalizado con violencia, a tal punto que cobraban protagonismo las corrientes neonazis y católicas de extrema derecha. ¿Les dice a ustedes algo el nombre de la ultranacionalista Marine Le Pen? Si no, Google es un magnífico sabueso. Mientras tanto, esto, esto y esto pueden ser de alguna utilidad.

 

Con tales antecedentes, he traducido del italiano una carta cuya prosista es la ingeniera y escritora Cristiana Alicata, y que fue publicada este último 20 de junio en el diario La Repubblica como reacción al «Family Day». Guatemala Secular reconoce todos los derechos a su autora y al periódico, y la siguiente traducción se presenta sin fin alguno de lucro.

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«Queridas familias, nosotros los gais no ponemos en peligro a vuestros hijos»

Cristiana Alicata

Queridos participantes del Family Day:

He arrancado, por lo menos, cuatro versiones de esta carta: para mí es muy complicado pensar que, a los propios hijos, alguien quiera defenderlos de mí y de mi compañía y de las tantas personas que componen la comunidad homosexual italiana, algunas de las cuales tienen hijos que ya van a guarderías y escuelas con los vuestros.

En estos días, muchos de nuestros amigos, que son padres o madres, han recibido, por medio de varios grupos de WhatsApp y listas de contactos, un mensaje que los ha hecho entrar en pánico. Yo también he leído este mensaje y me hirió profundamente. Hirió, por desgracia, a tantísimas personas que todos los días no hacen sino responder y querer explicar que no existe un lobby gay con intención de corromper a los niños o de imponer una inexistente ideología de género. Me hirió porque la cuestión homosexual y el texto sobre las uniones civiles, que se encuentra en discusión en el Senado, no tienen nada que ver con el contenido de aquel mensaje. Ninguno de nosotros quiere enseñar a los pequeños de cuatro años las cosas irreproducibles que se han escrito, y ninguno de nosotros va por ahí diciendo en las escuelas que no hay diferencias biológicas entre machos y hembras. Las hay, por supuesto. La cuestión de género no es otra cosa que desear que todas las niñas del mundo puedan elegir no si ponerse o no una falda rosada, sino si con esa preciosa falda rosada pueden llegar al espacio como la capitana Cristoforetti, o ser las madres satisfechas de cuatro hijos, sabiendo que han elegido entre miles de posibilidades, las mismas que tienen los varoncitos. Lo único que consideramos sacrosanto es contarles a los muchachos que ser gay no es un problema, no es una enfermedad, y por tanto nadie debe discriminar a un chico gay, y él no tendrá que arrojarse desde un edificio porque ninguno le ha contado jamás que no tiene nada de malo. Nadie quiere convertir en homosexuales a vuestros hijos, porque la homosexualidad, como la heterosexualidad, no es una elección y no es una enfermedad.

Me empeño en comprender vuestras razones, el motivo por el cual yo y mi compañía podemos poner en peligro a vuestros hijos. No consigo encontrarlo. Una ley que reconozca nuestras familias no os arrebatará a vosotros nada ni os impondrá nuestro modelo de familia: simplemente nos permitirá asumir responsabilidades ante la persona a quien amamos, y protegerá a nuestros hijos. Esta ley nos permitirá, en esencia, asumir obligaciones frente al Estado. Como veis, también nosotros defendemos a nuestros hijos y queremos protegerlos al garantizarles una estabilidad no solo afectiva, sino también jurídica.

Sin embargo, una cosa os quiero decir. Yo querría defender a todos los hijos frente a la falta de establecimientos preescolares, al tráfico de la ciudad, a la carencia de áreas verdes y de servicios, a la crisis económica que con mucha frecuencia se abate sobre el tiempo que logramos pasar al lado de nuestros seres queridos. Querría defenderlos de todo esto y nunca de vosotros. Tenemos tantas cosas que defender juntos; no somos nosotros vuestro enemigo.


1 He respetado la escritura original de este documento, publicado en 2008. No obstante, desde 2010, la nueva Ortografía de la lengua española, que fue consensuada entre la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española (incluida la guatemalteca), considera falta el tildar la palabra ‘solo’, aun en casos donde signifique ‘únicamente’. Sigue la misma regla de acentuación gráfica de las palabras graves o llanas: no se tildan aquellas que terminan en ‘n’, ‘s’ o vocal.

Ramón Urzúa-Navas

Soberanía orgánica con alguna conciencia de sí misma. Habita Sobrevive de momento en Nueva York Chicago, Subsiste indefinidamente en Guatemala (y desempleado). en una de cuyas universidades persigue la obtención de un doctorado donde se plantea seriamente el abandono de la academia. Tiene claro que lo emborrachan la poética, la retórica, la gramática, la filología, la estética, la metafísica, la historiografía, las ciencias, las culturas, los vinos, usted y otros asuntos misteriosos. Ha sido corrector intransigente, catedrático inexperto, traductor plurilingüe, barman ocasional y a veces bohemio, para menor gloria de dios. Aspira a articular alguna coherencia posmoderna mientras cree en un planeta menos bestial. Todo lo demás carece de importancia.

4 Comments

  • Reply July 3, 2015

    Romina

    Gracias Ramon por estas palabras. Es necesario desenmascarar este teatro de contradicciones insostenibles, sobre todo las del vaticano. A veces me pregunto, y creo que junto a ud, como soportamos vivir en este espectaculo patetico. Gracias de nuevo. No se canse.

  • Reply July 3, 2015

    Ramón U.-N.

    Al contrario, Romina, gracias a usted por leer y comentar. Existe un gran teatro del absurdo que montan los arrieros de masas también conocidos como “sucesores del príncipe de los apóstoles”. Llevan siglos y siglos poniéndolo en escena, mucho antes de Pirandello o de Ionesco. Lo que empezó siendo un culto mistérico, sumergido en catacumbas, acabó por ser la organización más cavernícola de entre todo el mundo occidental. Bergoglio cambia la música, pero no la letra. Yo no espero aperturismo de su parte (aunque sería un prodigio muy bienvenido); lo que espero es menos abobamiento de parte de quienes le lanzan claveles, o ya directamente se le postran, por actos y discursos populistas. Por fortuna, cada vez hay personas que, como usted o como yo, no estamos dispuestas a tragarnos el caldo de diarrea teosófica que pretenden seguir dándonos a fuerza de farsas de benevolencia. Un saludo cordial.

  • Reply July 3, 2015

    Javier Recinos

    Verás mi estimado Ramón, la enciclica de Bergoglio es muy contradictoria a la “palabra” que tantó finge proteger

    Hebreos dice “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa …. Hebreos 1:3

    Es precisamente esta la base de que Cristo mantiene el control de todas las cosas en la tierra, por la cual el cristiano puede descansar en la fe que nada sucede sin la voluntad de dios, y que el mismo regenera así la creación en la tierra.

    Me parece patético que su santidad ahora se preocupe por el cambio climático, cuando públicamente no ha condenado el tráfico de marfil que bien por servida se ha dado su ramerisima institución de tan cobarde y atroz tráfico.

    Partiendo que dios le dio a adán dominio sobre la tierra, la explotación de la misma es el resultado de tal permiso (por eso tanto lobby republicano para perforar más yacimientos de petróleo en tierra y mar aqui en USA por ejemplo) no sólo eso le ha hecho tanto daño a esta tierra, sino que también les importa poco por la esperanza que les aguarda de la venida de jesus dónde la tierra será destruida y una nueva se les dará que cuidarla es uno de sus últimos intereses, por lo tanto no le queda de otra al papa que tratar de ser “cool” con sus declaraciones, pues quiere acercarse a la humanidad para ver si con esas recupera toooodas las cabezas fieles pérdidas en Europa que cada vez está más ateista, gloria a dios

    Y que si no la juega bien, en unas décadas latinoamerica se irá por el mismo camino (Costa Rica por ejemplo es pionera en Centroamérica en cuanto a energía renovable)

    Sobre el matrimonio gay, ya son patadas de ahogado, lo siento por él y el resto de cristianos en este pais (EEUU), la CSJ es la entidad más alta para la interpretación de la constitución y creación de leyes, si no les gusta las desiciones, que vayan y pidan una enmienda … a ver si se las aprueban.

    Tanto es el odio por lo homosexuales, que ni siquiera son capaces de leer su misma biblia, citan como pericos los mismos versos que siempre se han repetido, ignorando (por conocimiento o desconocimiento) que fue a su mismo Cristo a quien Marcos nos cuenta, que lo encontraron “orando” con un muchacho desnudo justo en su aprehensión, ¡ja!

    Bart D. Ehrman en su libro “Lost Christianities” entra un poco más en detalle sobre este último suceso que es de una parte extendida y perdida sobre la relación de cristo y este joven, la cual es muy interesante.

    Gracias por tan interesante columna mi estimado amigo.

  • Reply July 7, 2015

    Ramón U.-N.

    Al contrario, amigo, gracias a vos por tomarte el tiempo de pasarte por aquí y escribir todas las verdades que decís. Tenés toda la razón en tus comentarios. Ahora resulta que Bergoglio se las da de ecologista, cuando su antecesor, el infame Ratzinger, nefasto donde los haya, parecía no estar enterado siquiera de los problemas ambientales que ya entonces eran flagrantes (y si lo estuvo, les dio muy poca importancia: toda la vida se la pasó rebuznando cuatro imbecilidades contra la comunidad LGBT, y esto ocupó una gran parte de su papal atención). Por lo demás, ¿no está en la misma Biblia eso de “someted la tierra”? De aquí parte el problema: por siglos y siglos, esta fue la justificación teológica de la depredación de los ecosistemas por acción humana. En cuanto al matrimonio igualitario en Estados Unidos, me dan muchísima lástima los payasos religiosos que aún se oponen a una realidad llegada para quedarse. Como dicen aquí: “Deal with it. Get over it. Suck it”. Un abrazo.

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